Me gustan los baños abiertos, en los que previamente no tengo que notificar a un celador o a una secretaria de que voy a pipiciar para que me presten unas llaves.
Me gustan los baños cuyos lavamanos ostentan canillas generosas que se abren y se cierran a voluntad y no merced a tacaños dispositivos que tazan el agua en chorritos o en salivazos y que no dan tiempo de mojarse las manos en el lapso que corre entre hundir el botón y meterlas bajo el grifo.
Me gustan los baños cuyos inodoros se vacian automáticamente y con fuerza de tornado; no los que olvidan hacer su trabajo y dejan ominosas evidencias de nuestro transito por ellos.
Me gustan las cabinas que tienen papel higiénico en un rollo y del que puedo tomar lo que necesite; los prefiero sobre aquellos que lo tienen afuera de la cabina y todos ven la longitud que tomamos; los prefiero sobre aquellos en los que hay que introducir una moneda para obtener el indispensable papel y los prefiero aun mucho más sobre aquellos que por ninguna parte lo tienen.
Me gustan los baños que tienen dispositivos dispensadores de pequeñas toallas desechables. Los prefiero a aquellos que tienen el aparato secador de aire caliente que nunca seca como yo quisiera y que me deja hacer el resto del trabajo a mí y los prefiero mil veces sobre aquellos que tienen aparato secador con aire frio que seca menos que su homólogo de aire caliente.
Me gustan los baños en los que hay jabón para lavarse las manos, y por último, me gustan los baños de hombres en los que solo hay hombres y no está una señora limpiando porque me siento invadido en mi intimidad masculina.
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