lunes, 26 de diciembre de 2011

CONDORITO Y YO

Hace muchos años escribí una defensa a Condorito. Se habla muchas veces en tono de queja sobre este emplumado personaje. La revista que protagoniza se ha utilizado como paradigma de la mala o la escasa lectura: “No lee sino Condorito”. Bueno, eso hace unos diez años porque Condorito, aplastado por las botas plásticas de los “power rangers” y de otros bichos de habla inglesa ha sido olvidado. Ignoro si los jóvenes de hoy en día tienen idea de quien sea Condorito.

Para mí Condorito es y ha sido siempre un personaje entrañable, podría decir que hasta un amigo si cierta parte de mi personalidad no insistiera en que un personaje dibujado ‒no diré un comic‒ no puede ser amigo de nadie. Sea. Digamos que Condorito es un símbolo, una representación de algo muy querido.

Cuando yo estaba pequeño, Condorito era toda una institución en mi casa. Creo que pocas cosas son compartidas por todos los miembros de una familia: a algunos les gusta Coveñas, a otros no, a algunos la mermelada, a otros la mantequilla… pero en mi casa Condorito era querido por todos con igual devoción: mi papá, mi mamá y mis hermanos. Cuando llegaba una revista del plumífero personaje tenía que rotar obligadamente de uno a otro de los miembros de la familia y era toda una suerte, supongo, ser el primer favorecido, aunque de todas formas ser el último o el penúltimo implicaba la espera que aumenta el deseo.

No se trataba de una cosa solo para niños, como son las revistas que tienen ese propósito definido (no conozco muchas revistas de ese tipo). No. Condorito era tan digno del “jefe natural de la familia” como se calificaba a sí mismo mi padre como para mi madre y todos los hijos. Era todo un placer leernos mutuamente los chistes; mi madre disfrutaba que se los leyéramos, y se reía, no con una risa falsa para demostrar cariño a sus vástagos sino con una risa franca de adulto (y niño al mismo tiempo). No hay cosa más sublime que la risa de una madre y Condorito se prestaba con dignidad a ese propósito.

Condorito no era solo chistes. Condorito era todo un mundo: Pelotillehue, el Hocicón, Buenas Peras, esos cocodrilos entrando o saliendo de las basureras, El Bar el Tufo, Tome Pin y haga Pun... No era solo cumplir en la última viñeta el milagro del chiste con un ¡plop! que tal vez se convirtió en una expresión universal en Latinoamérica, o sentir esa especie de decepción cuando la historia terminaba en un “exijo una explicación”; leer a Condorito era meterse en su mundo, un mundo muy parecido al nuestro y, como lo han anotado en una página de internet, muy diferente a los fantásticos monicongos de Disney en cuyos escenarios quizá no hay restaurantes como el Pollo Farsante en donde las moscas gravitan alrededor de la comida de un comensal emplumado que no va a pagar la cuenta.

Era imposible no amar a Condorito. Es como cuando viene a vivir alguien a la casa y cuenta con el patrocinio y el cariño de los padres. Se termina amando, y los niños, ‒yo era un niño cuando conocí a Condorito‒ son expertos en ese arte.
Así que no venga nadie a meterse con Condorito, a rebajarlo porque no es una lectura larga, ardua y enseñosa. No me vengan con la perversión de que para Ser hay que leer a tal o a cual, por lo general tales o cuales extranjeros.

Condorito, siendo un Cóndor, símbolo de los Andes, era todos los hombres: astronauta, mafioso, médico, ladrón, cocinero, abogado… En un momento era millonario y en otro mendigo. No había oficio, ocupación, que Condorito no encarnara: cura, dentista, barbero, músico, empresario, hasta político, y siempre, a través del chiste, revelando los vicios, no sé si las virtudes de los hombres. Quizá la virtud de Condorito era seguir viviendo, como su personaje habitual, un “huaso” chileno, que vivía en la pobreza, en la amistad, en la enemistad, en el amor (era imposible no embelesarse con Yayita), en esa forma, no sé si ideal, pero en la que viven muchos latinoamericanos y muchos hombres del mundo.

Se habrá notado que utilizo el pasado en alguna parte para referirme a Condorito. Es triste, pero en lo que a mí respecta, Condorito se murió con Pepo. Este, antes de morir vendió los derechos a una compañía Televisa etcétera, y, aunque Condorito sigue apareciendo en las revistas y las revistas se siguen vendiendo, aunque menos, en las filas de los supermercados y en los puestos de revistas, Condorito no es el mismo. Es como si hubiera padecido alguna enfermedad que hubiera minado su capacidad para hacer chistes.

Hace quizá un par de años, en la fila de un supermercado se me dio, mientras llegaba a la caja, por abrir una revista del entrañable arquetipo y ¿qué me encuentro? Que las viñetas del anaranjado personaje ya no contienen ningún chiste, sino unos pálidos remedos de chiste que no sé si harían reír a un niño, o por lo menos no a un niño inteligente. Diría un hipotético niño hoy: ¿y este es el famoso Condorito? Creo que no leería más de una página.

Así es. Condorito ha muerto, aunque como dicen por ahí en las películas y en frases bajadas de internet, vive en nuestro recuerdo. Todavía hay revistas viejas por ahí de cuando Condorito era Condorito, de cuando hacía reír y de cuando era querido. Ahora es, junto con Pepe Cortisona, Don Chuma, Tremebunda, Comegato, y Huevoduro una especie de poseso que ha prestado su cuerpo al espíritu de un estúpido. Ahí ya no hay nada.

En fin, quería, por estos días en que se han cumplido 100 años del nacimiento de Pepo, padre y madre del inefable Condorito, compartir con el mundo mis recuerdos y emociones asociados al personaje que más he leído, dolerme por su muerte clínica y el mantenimiento de sus pulsaciones merced a fríos aparatos desprovistos de un mínimo de ingenio pero también homenajearlo en el Centenario de su creador.

Así que, a Condorito y a Pepo, que descansarán en la gloria de un Dios de Pelotillehue, un sentido y sincero ¡Plop!

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