La señora treintaycincoañera picoteaa el chat con su dedo índice. Un gallinazo, cóndor citadino y
genérico, vuela suavemente por la ventana mientras en la fila del café restalla,
desde un bolso de cuero, el cascabel de una serpiente. Una pareja homínida mira vitrinas en
busca de objetos que sirvan a su cueva cúbica, igual que hace miles de años, en
el plecioceno, buscaban bayas, palos, pieles que pudieran servir.
La selva respira todavía en los estampados tigrescos de la señora volumniosa. La selva sigue viviendo en la paciente hembra que espera a su cría mientras aprende el indispensable arte de abrir empaques de cartón.
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