Esto no es fácil; a veces se
experimenta una particular forma del dolor, un sentimiento de futilidad, de vergonzosa
pérdida de tiempo.
Pero otras veces, entre línea y
línea, surge algo: un chispazo, una conexión con cosas que uno no sabía que
tenía por ahí en sus mientes inconscientes y que termina generando un
sentimiento de unidad, una felicidad (efímera,
sí, pero al fin y al cabo felicidad). Es como si esa cosa indescifrable que se siente encontrara un modo de expresarse -que hasta terapéutico será–.
A lo mejor, o seguro, ese chispazo es la razón por la cual uno decide arriesgarse entre la producción creativa y el sentimiento de futilidad, a sabiendas de que no se sabe, de que en general nunca se sabe nada.
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