La pluma de la gallina pelirroja
parecía teñida. ¡Esos visos que daba en el aire mientras caía del palo de
guayabo cuando se subía a dormir! Como la gallina, la pluma también era de
corto vuelo. Mírela, ahí va surfeando en el aire, pa´ cá pa´ llá, como si de un
juego de parque de diversiones se tratara. Va y se devuelve, va y se devuelve,
y esto lo hace como ocho veces porque la altura desde la que se madura no es
mucha. Las gallinas no se preocupan por estas caídas porque saben que cada vez
que una pluma cae otra nace.
Y esa gallina no tenía conflictos
con nadie: picoteaba el piso, dejaba sus cagarrutas, comía maíz, y lombrices –sus
preferidas– porque era una gallina italiana, de esas que saben de alimentos
cilíndricos y estirados ¡mama mía! parecía decir cuando sorbía el último tramo
de lombriz.
Pongamos a la gallina a
encontrarse con el gallo fumando un tabaco. Realmente la comunicación de los
gallináceos no es mucha; si los ponemos a hacer cosas humanas es para hacer
alegorías. Uno se pone en el lugar del gallo y le parece que no hace mucho:
cantar y fecundar. La gallina, cacarear –pues no es muy dada al canto–, poner
huevos, comer y lo que queda dicho.
La gallina, a eso de las seis de
la tarde, porque la gallina es un animal puntal como todos, se sube al palo de
guayabas que el campesino, queriendo hacerle la vida un poco más fácil ha hecho
accesible con una vara de bambú. La gallina sube; de vez en cuando aletea un
poco para mantener el equilibrio. Se para, se acurruca, y listo, a dormir,
hasta el día siguiente en que realiza el proceso inverso.
También sueñan las gallinas que
se caen del árbol; y sueñan que se les cae un diente como si nada porque en los
sueños es totalmente posible que las gallinas tengan dientes. También sueñan
que pronuncian, desprovistas de plumas, discursos de graduación en auditorios
concurridos, o que vuelven a la primaria y no logran resolver un examen. Todas
estas cosas sueñan las gallinas subidas en el palo de guayabas, pues los sueños
no son cosa exclusiva de los humanos; más bien, los sueños son más o menos
estándar y se manifiestan en diferentes seres, así como se ha sabido de
personas humanas que sueñan que ponen un huevo o hacen cortos vuelos que un
psicoanalista solía interpretar como deseos de tipo sexual.
Las gallinas no van al
psicoanalista; bastante acostumbradas están a esa pequeña depresión post–huevo,
bastante acostumbradas están a esas relaciones tan fugaces con el gallo y a
compartir los oficios amatorios con sus compañeras, aunque se tiene registro de
una gallina que una vez logró elucubrar el mecanismo de la tutela para exigir
lo que consideraba su derecho inalienable a la exclusividad marital.
Parece injusto, por el estilo de
vida gallináceo que no figure en ningún calendario el año de la gallina (el del
gallo sí) pero debería haberlo. El año de la gallina ha de ser un año en el que
todo anda más o menos normal a no ser que se esté de huésped en una casa en la
que escasee la comida y los anfitriones nos miren como una opción posible para
el menú de la tarde.
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