Son las dos de la tarde. Las nubes y la lluvia por fin se
apiadan de nosotros, habitantes del wok de montañas en que se ha convertido el
valle.
Las nubes grises simulan, en la
tarde incipiente, la luz blanca de las seis de la tarde y contra ellas, en el tercer
piso del bloque uno se recorta la silueta de un joven fumando.
La trayectoria
del humo delata el milagro: hay una grieta en el infierno y por ella ¡ventea!
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