miércoles, 12 de agosto de 2020

LAS PALETAS Y LA FELICIDAD

Es frecuente que el deseo de chupar una paleta no llegue a tener la osadía de presentarse cuando se experimenta un alto grado de infelicidad. Sin embargo, si a un infeliz llega a presentársele por vía de un tercero la posibilidad de acceder a esta congelada golosina, no le quedará más remedio que optar entre dos alternativas: el rechazo, motivado por apego al sentimiento de infelicidad, o la aceptación y consecuente desprendimiento del apego antedicho.

Y es que la paleta obliga. En primer lugar, a respirar. En el 100% de las ocasiones en que un chupador de paleta –amateur o profesional– ejerza su actividad, lo primero que sobrevendrá será un suspiro más o menos intenso. Quien suspira pone freno, disminuye la inercia. Las vertiginosas actividades de la vida moderna pueden compararse con una extensa piscina que hay que atravesar aguantando el aliento para ser recuperado solo al final de la travesía.

Pero en el acto de respirar no se agotan los beneficiosos efectos de la paleta. El factor termostático es crucial. Por una parte refresca los tejidos con los que hace contacto de manera directa, e indirecta por vía digestiva, y por otra parte, quizá la más importante, disminuye la energía cinética de átomos y moléculas del cuerpo. El calor ofusca, desordena; el frío tranquiliza, arregla.

Por último, la significación erótica de la paleta como sustituto, y más aún como símbolo de la lactancia materna, con su concomitante experiencia de tranquilidad, saciedad y confianza en el mundo no pueden ser dejadas de lado. Así pues, que el acto de chupar paleta y la infelicidad son experiencias radicalmente excluyentes, es una verdad que cualquier ser humano, sin importar la etapa de la vida que atraviese, puede  certificar.

Vendo paletas a $3.000

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