Miro a los demás hombres de la fila para ver quién contempla a la leoparda: Hay bastantes, unos cuatro o cinco pero solamente dos, los especímenes más viejos, la contemplaban con una relativa atención. Es lógico, ellos están más cerca de la época en que se ponían los trajes originales de leopardo, aunque más lejos de la época de cazar leopardas en las filas de los bancos.
La mujer transmite de manera inconsciente un mensaje felino: !No te acerques! o, acércate, pero debes saber que soy salvaje y puedo matarte. La fila avanza. La mujer llega a su puesto en la ventanilla blindada. Saca de su cartera, esta no de leopardo ni de culebra ni de animal, una tarjeta de plástico que pasa por un dispositivo lector. La cajera le entrega un fajo de billetes. La mujer mira disimuladamente a los lados mientras guarda su dinero en el bolso de piel lisa. Da las gracias a la cajera. Solo un observador entrenado, un etólogo como yo, puede darse cuenta del imperceptible gesto de temor de la cajera que le responde un “con mucho gusto” mientras se quita una pelusa de su camisa estampada de piel de zebra.
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