En el supermercado, los estantes repletos
de ataúdes, la diosa de la muerte empuja el carrito de la compra. Su pequeño hijo de
veinte siglos le hala las faldas, primero pidiendo, después suplicando:
–¡Quiero un muerto mamá! ¡Quiero
un muerto!... “el de la caja café con ventanita de vidrio”, mamá…
La mamá diosa no se lo compra. El
niño dios de la muerte grita a todo pulmón con mocos y lágrimas ¡yo quiero! ¡yo quiero! ¡yo quiero!…
Poco a poco irá aprendiendo que cada día lleva su afán y cada noche su parsimonia; que no se pueden tener todos los muertos en un día porque podrían indigestarnos, embotar nuestro deseo, y con el tiempo, hacernos incapaces de valorarlos.
¡Excelente, maestro! Wbeimar Mejía.
ResponderEliminarUn genio! Claudia Guzmán
ResponderEliminarAl final estaremos muertos, pero de la risa. Todo fue una deliciosa broma. Nos demoramos en entenderla. Por eso existe la reencarnación, otra broma y así...
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