Sin aire, sin sobreponer, carriquí dando vueltas sobre mí mismo. Lo mismo de siempre, basura de Basora; la vulgar y profunda realidad, sin un objetivo concreto. Debilidad. Y esa mierda que sale, que no sale… basura.
–¡Tiliiiín!... Es el timbre de la emisora, como de avión. ¡Tiilíiin!… una noticia nueva. "Edilberto buenos días ¿cuál es su opinión sobre el tema de hoy?"...
Todos con
sus objetivos, con sus para qué, con sus porqués, con sus ponqués. Solo que hoy
es más difícil. Algunos días es más difícil por lo que se siente. Algunos días
Khattam Shud
desde el principio. Ojalá uno pudiera
salirse de sí mismo, pero no es
posible a no ser después de mucho tiempo. El corazón. Siento el corazón, mucho
corazón, el corazón a flor de pecho. El corazón como un croissant. Palpitante. Ese tire y afloje entre adentro y afuera.
Un tipo se rasca el cuello mientras digita su clave en el datáfono y dos tipos conscientes hablan por teléfono. Llega la policía, dos policías. No siempre cuando llega la policía es porque ha pasado algo, los policías también tanquean sus motocicletas y comen croissants y beben café.
Rompecabezas. Pedazos que de pronto se juntan, pedazos que a lo mejor dan espacio a algún pedazo significativo, nada más que pedazos grandes. Y este sueño...
El perro de la bomba se lame la pata delantera izquierda. El policía lee la noticia sobre el presunto robo o asesinato del alcalde. Quiere leerlo, tiene que ver con su trabajo. Un tipo ancho de camiseta y camisa desabotonada, un tipo relajado, pasa. Y una buseta verde. Y dos tipos de la mesa de al lado se ríen.
El perro de la bomba se lame la pata delantera izquierda. El policía lee la noticia sobre el presunto robo o asesinato del alcalde. Quiere leerlo, tiene que ver con su trabajo. Un tipo ancho de camiseta y camisa desabotonada, un tipo relajado, pasa. Y una buseta verde. Y dos tipos de la mesa de al lado se ríen.
El negrito viene con
el recogedor y la escoba, con su tumbao. Con la punta de la escoba va montando
pequeñas basuras en el recogedor verde. La escoba de cerdas rosadas, como
todas. La señorita de la tienda sonríe porque el negrito le ha dicho algo. Van
a la despensa al lado del baño, saca un jugo de caja, un jugo de cajita, un
juguito de caja, un juguito de cajita para uno de los polis. Una señora pasea un perro negro grande. Otra señora pasea un perro blanco pequeño, un llavero de perro.
Uno de los policías llega a la
conclusión, por el armamento de los delincuentes, que al alcalde lo iban a
robar. Dice “Lo iban a robar”, con tono de cosa obvia, por el arma que tenían.
Leen el periódico, se oyen comentarios por sus radios. Cosas de trabajo. Una pistola.
El policía negro tiene una superpistola al cinto. Las macanas descansan sobre
la mesa, macanudas macanas.
El atrapamoscas ganadero busca su comida en una
rejilla del piso. Con sabor a gasolina seguro. Moscas a la gasolina come. Sus
amigos le dicen que debe dejarlo: “mirá como estás volando, mirá que podés tener un accidente”… pero él no
hace caso, está demasiado enviciado a los moscos con gasolina, y además está joven; es un moscoso
impertinente. Camina con su andar cómico de pájaro o de borracho. Hace pequeñas carreritas. Camina, mira. Una especie de mascota inmascotable.
Mucha comida dejan estos automovilistas pechiamarillos. Y come y come ¿de dónde saca tanta comida? ¿cómo puede encontrarse comida en el asfalto de las bombas de gasolina?. pasa otro pájaro, un compañero más de esos que no se saludan por la costumbre y le sermonea: "Mira a los pájaros del campo ¿se preocupan?"... Preocupado no, atareado glotón que come todo el día, poquito pero constante, no sabe qué es una gastritis.
Ahora se aproxima a la tienda a la cafetería. Le valen madres los clientes y los carros. Siempre atento, se pierde debajo del Sandero. Reaparece. Pájaro mago con el pecho color de mango. Un avispón negro, helicóptero diminuto, voletea alrededor de los policías buscando protección, huyendo del atrapamoscas.
Mucha comida dejan estos automovilistas pechiamarillos. Y come y come ¿de dónde saca tanta comida? ¿cómo puede encontrarse comida en el asfalto de las bombas de gasolina?. pasa otro pájaro, un compañero más de esos que no se saludan por la costumbre y le sermonea: "Mira a los pájaros del campo ¿se preocupan?"... Preocupado no, atareado glotón que come todo el día, poquito pero constante, no sabe qué es una gastritis.
Ahora se aproxima a la tienda a la cafetería. Le valen madres los clientes y los carros. Siempre atento, se pierde debajo del Sandero. Reaparece. Pájaro mago con el pecho color de mango. Un avispón negro, helicóptero diminuto, voletea alrededor de los policías buscando protección, huyendo del atrapamoscas.
Música guapachosa y más duro. Han
subido el volumen de la radio y el policía hace lo propio con el suyo para
poder oír instrucciones, comentarios, persecusiones en desarrollo.
El perro de la bomba ladra
emocionado a un tipo gordo de cachucha y radio –parece personaje de reality
gringo–, una segura fuente de comida. Los tipos de la mesa de al lado se montan en el
Sandero para irse, el policía sacude el jugo de cajita.
Aterriza un carro frigorífico que tumba el
frágil castillo de naipes del silencio. Se van los policías dejando la música
electrónica y las cajas de jugo artificial en el tacho de la basura.
Se va el carro frigorífico. En el intermedio entre una canción y otra se hace un silencio relativo. Y vuelve el beat electrónico.
Se va el carro frigorífico. En el intermedio entre una canción y otra se hace un silencio relativo. Y vuelve el beat electrónico.
Una historia sin nudo y sin
desenlace. Mi vida, una película sin nudos y sin desenlaces. Una de esas
historias que no se sabe de qué son, una de esas historias sobre nada, sobre
una cotidianidad mucho menos que común y corriente. La cotidianidad del tipo
que llena el tiempo con palabras en una computadora. No es más. A la esperanza
de que llegue a recogerlo una historia que muchas veces no llega. Una historia
desentendida, una historia abandónica (enseñarle palabras al computador).
Volcarse hacia el maravilloso
sinsentido de todo, hacia el absurdo, Alberto; hacia el Alberto, absurdo.
Ni una sonrisa se ha colado hoy por la cara del tipo. De nada le valen las sonrisas de las señoritas de la cafetería cuando traen el café. De nada le sirven los resbalones en el piso de papiro, los resbalones de la mente. Eso, el chiste, un resbalón de la mente, un pastelazo imprevisto en la cara de la lógica previsible.
Ni una sonrisa se ha colado hoy por la cara del tipo. De nada le valen las sonrisas de las señoritas de la cafetería cuando traen el café. De nada le sirven los resbalones en el piso de papiro, los resbalones de la mente. Eso, el chiste, un resbalón de la mente, un pastelazo imprevisto en la cara de la lógica previsible.
Aparece el perro lámpara. Triste. Y otro
perro gordo, blanco y chiquito como un conejo.
–¿Este grande no le tira?... pregunta
la “dueña” del conejo.
Y no, no le tira. “Sebas”, el
perro pacífico y anaranjado de la bomba no le tira a nadie. Le tira al sueño,
le tira a la siesta. Le tira a las galletas de la tienda que venden para tirarle (Tienen un tarro de galletas que dice “Galletas para Sebas”). La gente quiere a los perros. Perro gasolinero,
perro de bomba de gasolina que se acurruca y se arrulla con la suave música
electrónica. El perro sueña psicodelias. Sueña con luces verdes, mandalas rojos,
caleidoscopios que explotan al ritmo del beat:
tacatá chí. Tacatá chí. Tacatá chí… pun pun pun pun pun pun… la cola baila, izquierda y derecha, izquierda... marca el beat en el piso. Tá tac tac tac… tá tac tac tac… Sebas no tiene problemas con la dulce monotonía de la vida.
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