viernes, 23 de diciembre de 2016

DIARIO DE LA BOMBA DE GASOLINA

Sin aire, sin sobreponer, carriquí dando vueltas sobre mí mismo. Lo mismo de siempre, basura de Basora; la vulgar y profunda realidad, sin un objetivo concreto. Debilidad. Y esa mierda que sale, que no sale… basura. 

–¡Tiliiiín!... Es el timbre de la emisora, como de avión. ¡Tiilíiin!… una noticia nueva. "Edilberto buenos días ¿cuál es su opinión sobre el tema de hoy?"...

Todos con sus objetivos, con sus para qué, con sus porqués, con sus ponqués. Solo que hoy es más difícil. Algunos días es más difícil por lo que se siente. Algunos días Khattam Shud desde el principio. Ojalá uno pudiera salirse de sí mismo, pero no es posible a no ser después de mucho tiempo. El corazón. Siento el corazón, mucho corazón, el corazón a flor de pecho. El corazón como un croissant. Palpitante. Ese tire y afloje entre adentro y afuera.

Un tipo se rasca el cuello mientras digita su clave en el datáfono y dos tipos conscientes hablan por teléfono. Llega la policía, dos policías. No siempre cuando llega la policía es porque ha pasado algo, los policías también tanquean sus motocicletas y comen croissants y beben café. 

Rompecabezas. Pedazos que de pronto se juntan, pedazos que a lo mejor dan espacio a algún pedazo significativo, nada más que pedazos grandes. Y este sueño...

El perro de la bomba se lame la pata delantera izquierda.  El policía lee la noticia sobre el presunto robo o asesinato del alcalde. Quiere leerlo, tiene que ver con su trabajo. Un tipo ancho de camiseta y camisa desabotonada, un tipo relajado, pasa. Y una buseta verde. Y dos tipos de la mesa de al lado se ríen. 

El negrito viene con el recogedor y la escoba, con su tumbao. Con la punta de la escoba va montando pequeñas basuras en el recogedor verde. La escoba de cerdas rosadas, como todas. La señorita de la tienda sonríe porque el negrito le ha dicho algo. Van a la despensa al lado del baño, saca un jugo de caja, un jugo de cajita, un juguito de caja, un juguito de cajita para uno de los polis. Una señora pasea un perro negro grande. Otra señora pasea un perro blanco pequeño, un llavero de perro.

Uno de los policías llega a la conclusión, por el armamento de los delincuentes, que al alcalde lo iban a robar. Dice “Lo iban a robar”, con tono de cosa obvia, por el arma que tenían. Leen el periódico, se oyen comentarios por sus radios. Cosas de trabajo. Una pistola. El policía negro tiene una superpistola al cinto. Las macanas descansan sobre la mesa, macanudas macanas. 

El atrapamoscas ganadero busca su comida en una rejilla del piso. Con sabor a gasolina seguro. Moscas a la gasolina come. Sus amigos le dicen que debe dejarlo: “mirá como estás volando, mirá que podés tener un accidente”… pero él no hace caso, está demasiado enviciado a los moscos con gasolina, y además está joven; es un moscoso impertinente. Camina con su andar cómico de pájaro o de borracho. Hace pequeñas carreritas. Camina, mira. Una especie de mascota inmascotable.

Mucha comida dejan estos automovilistas pechiamarillos.  Y come y come ¿de dónde saca tanta comida? ¿cómo puede encontrarse comida en el asfalto de las bombas de gasolina?. pasa otro pájaro, un compañero más de esos que no se saludan por la costumbre y le sermonea: "Mira a los pájaros del campo ¿se preocupan?"... Preocupado no, atareado glotón que come todo el día, poquito pero constante, no sabe qué es una gastritis.

Ahora se aproxima a la tienda a la cafetería. Le valen madres los clientes y los carros. Siempre atento, se pierde debajo del Sandero. Reaparece. Pájaro mago con el pecho color de mango. Un avispón negro, helicóptero diminuto, voletea alrededor de los policías buscando protección, huyendo del atrapamoscas. 

Música guapachosa y más duro. Han subido el volumen de la radio y el policía hace lo propio con el suyo para poder oír instrucciones, comentarios, persecusiones en desarrollo.

El perro de la bomba ladra emocionado a un tipo gordo de cachucha y radio –parece personaje de reality gringo–, una segura fuente de comida. Los tipos de la mesa de al lado se montan en el Sandero para irse, el policía sacude el jugo de cajita.

Aterriza un carro frigorífico que tumba el frágil castillo de naipes del silencio. Se van los policías dejando la música electrónica y las cajas de jugo artificial en el tacho de la basura.

Se va el carro frigorífico. En el intermedio entre una canción y otra se hace un silencio relativo. Y vuelve el beat electrónico.

Una historia sin nudo y sin desenlace. Mi vida, una película sin nudos y sin desenlaces. Una de esas historias que no se sabe de qué son, una de esas historias sobre nada, sobre una cotidianidad mucho menos que común y corriente. La cotidianidad del tipo que llena el tiempo con palabras en una computadora. No es más. A la esperanza de que llegue a recogerlo una historia que muchas veces no llega. Una historia desentendida, una historia abandónica (enseñarle palabras al computador).

Volcarse hacia el maravilloso sinsentido de todo, hacia el absurdo, Alberto; hacia el Alberto, absurdo.

Ni una sonrisa se ha colado hoy por la cara del tipo.  De nada le valen las sonrisas de las señoritas de la cafetería cuando traen el café. De nada le sirven los resbalones en el piso de papiro, los resbalones de la mente. Eso, el chiste, un resbalón de la mente, un pastelazo imprevisto en la cara de la lógica previsible.

Aparece el perro lámpara. Triste. Y otro perro gordo, blanco y chiquito como un conejo.

–¿Este grande no le tira?... pregunta la “dueña” del conejo.

Y no, no le tira. “Sebas”, el perro pacífico y anaranjado de la bomba no le tira a nadie. Le tira al sueño, le tira a la siesta. Le tira a las galletas de la tienda que venden para tirarle (Tienen un tarro de galletas que dice “Galletas para Sebas”). La gente quiere a los perros. Perro gasolinero, perro de bomba de gasolina que se acurruca y se arrulla con la suave música electrónica. El perro sueña psicodelias. Sueña con luces verdes, mandalas rojos, caleidoscopios que explotan al ritmo del beat: tacatá chí. Tacatá chí. Tacatá chí… pun pun pun pun pun pun… la cola baila, izquierda y derecha, izquierda... marca el beat en el piso. Tá tac tac tac… tá tac tac tac…   Sebas no tiene problemas con la dulce monotonía de la vida.




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