Estuve ayer hablando con Don Juan. Y no se trata de "un" Don Juan, de quien tenemos algunas noticias de sus oficios amorosos, sino simple, pero profundamente, Don Juan.
Don Juan es un Maestro. Los maestros son fáciles de identificar; su identificación dura menos de un par de segundos. Hay maestros de todos los pelambres, pero Don Juan es un maestro cuya principal herramienta pedagógica es la mirada.
La primera vez que lo ví me impresionó su mirada, una mirada amplia, cuidadosa, una mirada llena, una mirada, como toda mirada, difícil de nombrar con justicia.
La mirada de Don Juan le dice a uno que si uno es capaz de decir lo que verdaderamente cree y siente, encuentra eco en él. Es una mirada que lo condiciona a uno a ser honesto con lo que uno dice.
Don Juan es un enamorado, hasta donde me consta, del conocimiento. Lo veo paciente, ordenado, cuidadoso.
Don Juan y yo empezamos una conversación ayer sobre un montón de cosas, conversación que fue aplazada por otras urgencias como la celebración de un heterocumpleaños, el teléfono, el cercáfono, en fin, por cualquier cosa digna. Nos dijimos, sin decir, que después seguíamos, y cada uno tomó su camino.
Nos volvimos a ver a las seis de la tarde, a la hora de la despedida.
Me dijo Don Juan riendo, que eso era lo bueno de terminar las conversaciones. Yo también me reí y quise decirle algo ingenioso y cierto. No pude hacerlo, pero después le dije, ya sin estar él, que lo bueno de las conversaciones interrumpidas era que siempre habría una excusa para seguirlas y que la buena conversación nunca termina, como espero yo que no termine la nuestra, como nunca termina, como el enseña, el conocimiento.
Por otra parte, voy a pedirle que me de algún trabajito o al menos una tarea, una tareíta, para poder aprender de él.
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