viernes, 25 de junio de 2010

PRIMERO QUE TODO TENGAN USTEDES...

"Primero que todo, tengan ustedes muy buenas tardes. En el día de hoy venimos ofreciendo este rico y delicioso caramelo masticable, el cual, tiene un valor y un precio de $200. Para mayor economía, los tres le valen quinientos. Recuerde, uno le vale doscientos, tres por quinientos. La dama, o el caballero de buena voluntad que me desee colaborar, Dios se lo ha de pagar.

... y colabórenos con los papeliltos para que el señor conductor nos deje seguir trabajando."

Es probable que esta pieza literaria, de la poética de nuestras urbes, y en particular de nuestros buses, un poco distantes, un poco diferentes a los buses de nuestros hermanos ingleses o alemanes, sea conocida por nostros.

Cuando narramos esta pieza, a quienes nos acompañan les da un poco de risa. Ver nuestra cultura nos genera un poco de risa. Y es una risa bondadosa. Sin embargo, no somos muy conscientes del valor cultural, y especialmente literario de este guión que muchos muchachos recitan en los pasillos de los buses. El guión es casi siempre el mismo, aunque hay diferencias. Hay otros guiones. Suponemos que en este aprendizaje de venta y marketing en buses hay escuelas establecidas con supuestos filosóficos centrales y de cuyos supuestos se deriva el discurso, sus valores, su estructura y sus estrategias lingüísticas de sugestión o de... (no recuerdo la palabra, pero en todo caso se trata de cómo lograr que a uno le compren).

Otra consideración, literaria, es que ahora vemos este discurso de los buses como cosa vana, por cotidiana. Tal vez dentro de 50 años resucitaremos a un Tomás Carrasquilla que escriba estos discursos y entonces nos daremos cuenta de su valor y nos emocionaremos lo indecible, así como nos emocionamos con "En la diestra de Dios Padre".

Por lo demás, conozco a alguien que sabe de música y que me ha hecho la promesa más o menos informal de que puede musicalizarlo. Yo lo espero con ansia, para que nos demos cuenta de la belleza y del valor de esa lírica.

Y recuerde: uno le vale doscientos, tres en quinientos. Una moneda no lo empobrece a usted ni me enriquece a mí.

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