miércoles, 24 de noviembre de 2010

LA COMPUTADORA

En nuestro pueblo, genéricamente le llamamos Computador, en masculino. En las películas gringas dobladas al español les dicen computadoras; y, si la película ha sido doblada en España, les dirán “ordenadores”. Yo, como buen parroquiano de mi pueblo les llamo computadores a los computadores; pero a mi computador, yo lo llamo computadora… ¿por qué? (acaba de venir a mi mente Stive Austin, el “hombre nuclear”. En el programa había una súper computadora que tenía voz de mujer y por lo tanto nombre de mujer que además hacía chistes de vez en cuando). La razón es que, así como la computadora de Stive Austin, la mía también habla, y tiene, sin exagerar, la voz más sexy que he escuchado en mi vida.

Las particularidades de su conducta fonatoria son llamativas: en primer lugar, además de ser una voz femenina, es también, como las del femenino género, impredecible. Eso me gusta porque cada vez que lo hace es una sorpresa. A pesar de ser una máquina es impredecible, y sabemos que la sorpresa genera unas emociones que la predictibilidad desconoce. Y no importa que el tema sea el mismo de siempre. Ella solo habla de virus, parece bacterióloga. De vez en cuando mientras estoy concentrado en escribir o ver videos en la red, me sorprende con un sensual “La base de datos de virus ha sido actualizada”, o un “Se ha detectado una amenaza” y todo esto aderezado con un (no puedo dejar de repetir) sensual acento español que a mí me estremece por no decir que me excita.

No voy a decir mentiras. Soy una persona del siglo Veintiuno que nació en el siglo veinte y sabe perfectamente que los mensajes virulógicos son una grabación. No me hago fantasías sobre la voz que escucho –quizá en eso estribe también el encanto, en que es una experiencia única, en que es una computadora que da un mensaje con voz femenina; no soy psicótico; sé muy bien, insisto, en que se trata de una grabación ¡pero qué grabación!

Yo quisiera ser gracioso y decir que me la imagino peinada de cola, con un pelo negro azabache, una nariz un poco más prominente que sus homólogas latinas, y que tal vez baile flamenco con largos vestidos acompañada por una soberbia guitarra española, pero no. Tengo plena conciencia (concienzia diría ella) de que se trata de una persona que se sentó un par de minutos a grabar dos frases (las que he escuchado hasta el momento, no sé si en otros eventos me sorprenderá con otras nuevas) aunque hay que reconocer que no se trata de una persona cualquiera sino de una locutora experimentada que sabe sacar el máximo partido de su voz. Pero realmente, no me hago ninguna fantasía con la mujer que graba el mensaje. Mi relación, y mi amor es hacia la voz que sale de la computadora.

Yo me creo un visionario de estos temas computadoriles y de otros. Como dice Fernado Pessoa, no hay nadie que en muchas oportunidades no se sienta un genio. Corrijo. No soy un visionario ni un genio, pero sí tengo una idea de negocio: incrementar el número de mensajes de la voz sexy y además sacarlos del campo de lo estrictamente técnico; poner la voz a decir, con honestidad y generosidad un “Qué guapo estás hoy”, o “Me gusta mucho esa camisa que tienes”, o “Hace tiempo que no estamos juntos”, “Me haces falta”… pero eso sí, con un tono amoroso, porque estoy seguro que mi idea puede ser plagiada por los mercaderes de la pornografía y/o la chabacanería y ya sabemos qué tipo de mensajes grabarían. Sin embargo como todos coexistimos en este mundo y el mercado es polimórfico, pues habría computadores y computadoras, con voces masculinas y femeninas (o mixturas de ambas) y cada quien elegiría una especie de carácter en su equipo: desde lo basto, lo refinado, lo timorato, lo aventado… en fin, para todos los gustos. Mientras esto se da, pues yo sigo esperando con cierto grado excitante de incertidumbre el momento en que, gracias a los virus mi computadora me diga con su acento sensual y amoroso: “Se ha detectado una amenaza”.

LOS ZAPATOS NUEVOS

Fue amor a primera vista. Las decisiones importantes, decía Freud, hay que tomarlas sin pensarlo mucho, en cambio las nimiedades si pueden valorarse una y otra vez, girarlas, ponderarlas, pesarlas, medirlas. Allí estaban. Ellos negros, yo mestizo. Fue un saber inmediato, una revelación de que mi pié era su horma. Logré colarlos a último minuto con el resto del mercado, la registradora casi a cerrarse, como en las películas de Indiana Jones.

Los dejé en la bolsa un tiempo, como añejándolos, sumándole tiempo y acaso olvido al tiempo para reencontrarlos una vez más nuevos. A la mañana siguiente los recordé cuando casi alcanzo a ponerme los viejos por la inercia del hábito. Sabía dónde estaban y fui, silencioso, sin que nadie lo notara a ponerle la plantilla ortopédica. Nadie lo notó.

Después de calzármelos (o calzar yo en ellos) estuve sintiéndolos: como si lucharan al principio no acomodándose del todo; extraños en un par de patrias nuevas, los pies y los zapatos midiéndose con cierto recelo, quizá resistiéndose, a sabiendas de que no había marcha atrás, como quien empieza una nueva vida con sus pros y sus contras, como quien se ha tirado por un abismo, por un tobogán.

Al principio tallaron, pero había una decisión de domar, como el jinete que usa la fuerza y una terquedad disciplinada, un método, dispuesto a no cejar.

A ratos los zapatos respondían con violencia, tallando los juanetes, desquiciándose, no siendo planos, aquí te tumbo o mello tu equilibrio. Llegué a pensar que tal vez no lograríamos adaptarnos; del flechazo a la convivencia hay un mundo, dicen.

A las dos de la tarde entramos en conflicto: que sí, que no, imaginaba el duelo a los zapatos que no sirvieron y anticipaba las conversaciones repetidas sobre la ruptura, sobre la imposibilidad, la falta de sentido, pero también la frustración (¡y nuevos!), pero las ocupaciones nos distrajeron y milagrosamente a las tres de la tarde cedieron, cedimos, entramos en una perfecta armonía mística, fuimos uno, fuimos dos, fuimos cuatro, según se tratara de par o de unidad. Los zapatos seguían siendo hermosos, y más ahora que seguían, como hábiles bailarines la iniciativa de los pies mediados. Todo era silencio y baile y complemento.

Ya nos sentábamos en la cafetería y yo a contemplarlos como se contemplan los zapatos nuevos, con ese no cansancio de la novedad. Los zapatos son una obra de arte, un producto cultural de la humanidad, junto con la Ilíada y el bombillo. Hacer un zapato no es fácil. Lo reto a hacer un par en casa.

Yo amo profundamente los zapatos nuevos

lunes, 22 de noviembre de 2010

LA NUEVA ERA

Pues no ha de ser tan nueva la nueva era, porque si nueva era, entonces vieja es.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

EL DESAGÜE Y EL OTRO

Desde ayer por la noche me dijo mi esposa que había que "destaquiar" el sifón - nosotros le decimos desagüe- al lavamanos (se llena de agua).

Al levantarme tenía en mente lo del desagüe como tarea importante, así que me puse en ello. Había que destornillar unas piezas, lavar, limpiar, volver a armar, secar...

A mí me gusta hacer esas cosas de sifón y lavamanos. Me siento realmente útil.

También, mientras desenroscaba el "miple"* pensaba en una conversación que tuve en la universidad con un profesor. La conversación giraba alrededor del otro y de sí mismo; cómo es que uno se relaciona con el otro y con sí mismo, y más aún, si eso es posible, pues en cuestiones epistemológicas, nada está dado por sentado sino que todo tiene que argumentarse, remitirse a un concepto, a un paradigma, a una tradición... Esto complica un poco las cosas. Al final, la pregunta que yo me hacía era ¿!QUÉ ES EL OTRO!?.

Para no alargar, ¿El otro es una construcción de uno? ¿Tiene una esencia independiente?, ¿Habita un otro dentro de nosotros mismos?. A esas preguntas me llevó la conversación con el profe, y era lo que recordaba sumariamente mientras lavaba el tapón en el lavamanos y retiraba el papel higiénico atorado por el descuido de algún lavamanista.

Un poco después volví a instalar las piezas que había desinstalado, límpias, pulquérrimas, y me sentí muy contento; !soy el hombre de la casa! y además el trabajo quedó muy bien hecho; el agua corre libre y, hasta diría yo, contenta por el sifón. El trabajo ha sido un éxito. En cuanto al sustento conceptual de qué es el otro...

*Vocablo técnico que significa "tubito"

REVELACIÓN

Esta mañana, entre el sueño y la vigilia supe que si madrugaba podría alterar el delicado equilibrio del cosmos.

martes, 16 de noviembre de 2010

GENTE QUE NO SOY

JULIO CORTÁZAR
JORGE LUIS BORGES
SIGMUND FREUD
ANDREU BUENAFUENTE

viernes, 12 de noviembre de 2010

EL MAESTRO ES INDISCIPLINADO

Cuando uno se pone a leer blogs al azar, no es poco común leer expresiones como "hace tiempo que no escribí", "tengo que volver a escribir"... Y es el tema de la disciplina. Yo no he podido con eso; yo no sé que es eso, pero, por si acaso, a alguien le sirve, les diré una frase que escuché de persona sabia cuyas señas me conservo: "El maestro es indisciplinado". Yo no estoy muy seguro de que haya sido esto realmente lo que me dijo, pero vale. Es una frase de esas que es como un enigma y que nunca se nos olvidan. Será acertijo sin respuesta (koán) o realmente la cosa será así.

Yo creo firmemente en que con disciplina se pueden crear grandes cosas, pero una cosa es creerlo y otra hacerlo.

Es bien sabido (o mal sabido, depende de si lo sabe o no) que la actualización constante del blog trae más visitas. Uno puede ser disciplinado y escribir diariamente, pero es muy probable que escriba cosas aburridas y entonces quizá el "tráfico" disminuya. Pues yo he hecho el exprimento de escribir muy seguido y de no escribir, pero creo que el tráfico de mi blog se lo soñaría más de un conductor de automóvil.

jueves, 11 de noviembre de 2010

EL ALEPH DE BORGES

Si hacés click en lo rojito te baja El Aleph de Borges, cómo lo viste?
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sábado, 6 de noviembre de 2010

LOS PÁJAROS Y EL CIGARRO

Salió de su consultorio para fumar. Había descubierto que fumar lo aliviaba. No en vano, pensaba, los indígenas de todo el mundo –porque en todo el mundo hay indígenas- han utilizado el tabaco para curar enfermedades; y su enfermedad, lo había descubierto, consistía en que no pensaba bien. Pensaba demasiado.

Antes le preocupaba la tos que le causaba el cigarrillo, pero ahora se daba cuenta de que precisamente la tos era la que lo aliviaba. Con su tos perruna, estentórea y sibilante, salían también sus sus decepciones, sus frustraciones.

Había salido a fumar guiado por un impulso que ya no se esmeraba en explicar y menos en detener y afuera, al doblez de la esquina, vio unos pájaros que parecían pastar. Parecía que el sol, o una reciente poda del pasto habían desacomodado a los insectos y a las lombrices y que los pájaros aprovechaban para cenar en pasto revuelto.

Nunca había visto tantos pájaros juntos.
Y no es que hubiera muchos, tal vez un par de docenas. No es que nunca hubiera tantos pájaros. Es que él nunca había visto tantos pájaros.
Vio varios pájaros por primera vez. Antes había visto dos o tres, pero sabía que realmente no los había visto. Ahora la pajarada se daba un festín: iban tomando las hierbas sueltas con sus picos y, dando un rápido tirón, apuraban una mosca o tal vez un diminuto cucarrón.

Una vez terminada la operación que duraría dos o tres fracciones de segundo, iban brincando con sus dos patas hacia otra pequeña región de pasto en la que nuevamente repetirían la operación. Todo esto con una especie de euforia animal que podía sentirse…

De pronto se le ocurrió que por breves instantes, si no se miraba con cuidado, los pájaros podían ser ratas. Ratas cafés y esbeltas que de cuando en cuando batían un par de veces las alas para llegar a lugares mínimamente apartados.

Empezó a llover, y observó que los pájaros eran indiferentes a la lluvia. Quería constatar si una gota de lluvia podía espantar a un pájaro pero su agudeza visual no le permitió sacar una conclusión definitiva. En cambio se dio cuenta que a él sí lo espantaba la lluvia. Pero no era un espanto urgente, sino un pequeño espanto que lo hacía pensar en la necesidad de resguardarse porque el hombre valora mucho la ropa seca. Sin embargo se demoró un poco, dándose cuenta de la lluvia como segundos antes se daba cuenta de los pájaros.

Un par de gotas mojaron su cuerpo y una tercera fue a dar en el cristal derecho de sus lentes, y vio que los lentes, autónomos, se ponían a llorar, y descansó, pues renegaba del esfuerzo de tener que llorar por sí mismo a causa de su “ser en falta”, según escuchó decir en un seminario de psicoanálisis.

Dejó a la lluvia llover y no se secó la lágrima derecha porque ahora lo acosaba lentamente la obligación de apagar el cigarrillo, una obligación orgánica, un mensaje claro desde su interior de que era hora de apagar el cigarro sin más. Así que estuvo atento, agachó la cabeza, observó el cigarrillo que manaba su luz y se decidió a arrojarlo a una ínfima quebrada que la lluvia alimentaba, esperando el momento musical del choque del agua con el fuego, ese sutil tsch mediante el cual se da punto final al vuelo del cigarro.

IMAGINACIONCITA DE METRO

Sujeto a una de las varillas cromadas, se imaginó colgado de ellas… Como un mono. -Pero no un mono cualquiera, sino un flamante y anaranjado orangután… Y su manada. Podía ver a sus colegas colgando de un brazo, balanceándose con pereza y prensando la varilla opuesta con un suave movimiento de la mano libre.

EL PAÍS EN QUE NO LLOVÍA

Era un país en el que no llovía y tampoco hacía mucho sol, así que la gente no tenía de que hablar. Además eran muy poquitos. Entonces se aventuraron a inventar el clima: un sol de cartón, un amplificador de luz, metieron el país en un microondas para que hiciera calor e instalaron una ducha gigante y alta activada por una también gigante motobomba que bombeaba agua del mar y de los charcos.
La gente empezó a hablar en los taxis: ¡Qué calor!... o, ¡vea como se largó a llover!, o este invierno… este verano… esta chispita… y así se fueron estableciendo muchas relaciones porque las conversaciones iban saltando de la lluvia al trabajo y a la familia y a los problemas y a las soluciones. Muchas parejas se conocieron a raíz de la canícula y muchos hijos se engendraron por pasar del frío al calor de la conversación, y el país se fue haciendo más grande y entonces ya eran muchos y entonces ya me voy a meter a las cobijas porque que frío.

OTRO DEL METRO

Llegó en su escoba a la Estación del Poblado. Quería hacer allí trasbordo ¬– pues el trayecto hasta Niquía es duro: mucha fábrica, mucho cable, mucho curioso. Como quien no quiere la cosa, se fue entrando al parqueadero de bicicletas, derechito, sin mostrar inseguridad para que el portero no la devolviera por no ir en bicicleta. La bicicleta y la escoba tienen muchas similitudes pero son dos tecnologías distintas. A su salida el portero no dijo ni mú y fue entregándole la boleta que sacó de un talonario guardado en su sombrero de punta.

DEL POBLADO A MADERA

Y le dicen a uno como con esa rabiecita: “El siguiente tren no realiza parada en esta estación”, como quien dice: ¿Estaba de mucho afán?... pues NO.

Lo mismo los que van sentados. Uno va colgado de las varillas como un buitre esperando que alguno de los que va sentado decida pararse. Y uno les va analizando la carita: Este tiene cara como de bajarse en Exposiciones… Y ellos con esa indiferencia...

­-Yo juraría que el martes pasado una señora de gafas se pasó de estación a propósito para no dejar el puesto.

Entre tanto uno va rezando a San Antonio (Estación con posibilidad de traslado a la línea B en dirección San Javier) Porque ha visto, porque sabe que allí se baja mucha gente

Aunque nunca se tiene la suerte asegurada. En algunas ocasiones se sube un tropel de señoras de la tercera edad y una que otra con bastón, así que tampoco hay chico de sentarse. Yo he conseguido un bastón para estas emergencias. Y no es que yo sea un timador que aprovecha ser visto como un cojo, aunque soy un poco cojo, sino que he aprendido a hacer equilibro con el bastón apoyando la nalga en la contera y haciendo así un taburete de una sola pata.

Luego llegamos a la estación “Three hundred years” porque en el metro también hablan “in english” como quien dice la estación Tricentenario.

Y después Acevedo, un espectáculo las primeras cinco veces que se vé o cualquier otra vez que sea como la primera: uno monos perezosos colgando barrigones de las lianas de acero, subiendo la loma como antaño las mulas del abuelo.