lunes, 2 de diciembre de 2024

La sonrisa deliberada

Existe la idea de que hacer "caras" o gestos induce estados emocionales. O sea, que sonreír, por ejemplo, puede inducir un estado de alegría. El psicólogo norteamericano Silvan Tomkins propuso en 1962 la teoría de la "retroalimentación facial". Esta teoría sugiere que la activación de algunos músculos faciales envía información sensorial al cerebro e induce una experiencia emocional en el sujeto.

Existe también la idea, probada además experimentalmente, de que sonreír y reír contribuye a producir estados emocionales positivos y a contrarrestar estados emocionales negativos, es decir, ayuda a regular las emociones, una habilidad que constituye un signo y un criterio de salud mental. Una persona mentalmente sana regula exitosamente sus emociones.

Dicho lo anterior, parece que la sugerencia de reír o sonreír tiene sentido. Sin embargo, hay quienes, cuando se les sugiere sonreír o asumir una actitud determinada, se enojan. ¡Como si fuera tan fácil!, dicen, y dan un portazo imaginario con el que dan por terminada la conversación. Tal vez se deba a que perciben la sugerencia como una imposición, como un mandato al que se rebelan instintivamente o sienten que quien les hace la recomendación desconoce su contexto personal, su sufrimiento; entonces perciben la sugerencia de reír o de adoptar una actitud positiva, no como una expresión de empatía, sino más bien como una de esas salidas fáciles que se usan cuando se quiere "salir" de alguien.

Vamos a ver: todo con medida. Sonreír no va a curar una depresión, pero hasta ciertos límites sonreír o asumir una actitud positiva puede ayudarnos a estar mejor. Puede ayudar a desrigidizarnos o mejor, en positivo, a flexibilizarnos. Muchas veces no nos damos cuenta de nuestra rigidez: fruncimos el ceño, tensionamos los músculos de los hombros... nos empezamos a tomar las cosas demasiado en serio y nos mantenemos en esa actitud por un tiempo prolongado. 

El catálogo de los experimentos de la risa y la sonrisa es amplio: sonreír, hacer un personaje feliz, pensar en la felicidad, intentar actuar un estado de alegría, interactuar con alguien gracioso, ver películas, escuchar audios graciosos. A este catálogo quiero sumar el de la sonrisa deliberada. 

Hace tiempo que hago el experimento. Sonrío en cualquier momento -incluidos momentos de estrés-, no como respuesta a un estímulo particular que me cause la sonrisa, sino de manera voluntaria, deliberada.

Empecé haciendo el experimento solo y después con mi pareja. Algunas veces respondía a una mirada suya con la sonrisa voluntaria. El gesto a veces le producía risa, otras veces un rechazo juguetón, el gesto nunca ha pasado desapercibido.  

Después empecé a practicar la sonrisa deliberada de manera social, con los compañeros del trabajo. Algunos lo interpretan como una sonrisa verdadera (en la que a veces se convierte) a la que corresponden con una sonrisa, también, verdadera. Otras veces ríen y otras veces sonríen porque el gesto les parece extraño. Otras veces lo toman como una broma.

Quiero describir la técnica con mayor detalle. Uno de sus fundamentos es que se debe practicar con independencia del estado emocional que uno tenga. Otro, que no es necesario -ni recomendable- esperar como resultado -ni forzar-, un estado emocional específico. Su efecto consiste en que  la mueca resulta graciosa, a veces para uno mismo, a veces para los demás, porque exhibe un contraste entre dos representaciones o entre dos estados emocionales diferentes -el contraste, por cierto, es uno de los elementos principales del humor-. Si resulta gracioso para uno mismo, la respuesta es a veces una risa o una sonrisa genuina. Si resulta gracioso para otro y se ríe, se sonríe, o hace algún comentario, uno puede experimentar la reacción risible -o sonrisible- que produce la experiencia cómica. En el “peor” de los casos puede no resultar gracioso para nadie, pero el ejercicio de sonreír, que obliga, mínimamente, a cambiar la expresión facial produce un efecto de relajación, digamos, una pausa activa para la cara, que permite regresar luego a los gestos habituales pero con un tono más relajado.

Hay otro dato que no quiero dejar pasar de largo y es el resultado de un experimento típico en las investigaciones sobre el humor y la risa: se pone a un grupo de personas a sostener un lápiz con la boca mordiéndolo como lo haría un perro con un hueso, de tal modo que la postura fuerza los músculos de la sonrisa; a otro grupo se le pide que sostenga el lápiz pero con los labios de modo que se impide el gesto de la sonrisa. Mientras lo hacen, a los dos grupos se les muestran caricaturas. Los resultados del experimento son consistentes: al grupo que ha practicado la sonrisa forzada al morder el lápiz, siempre, las caricaturas les parecen más graciosas. Esto quiere decir que sonreír, así sea de manera forzada, nos predispone a una percepción más alegre de la realidad, a una mayor disposición para disfrutar de los estímulos cómicos o humorísticos, o, en general, a tener una percepción más amigable y alegre de la vida. 

Así pues que sonría de manera deliberada, practique cualquiera de los experimentos mencionados o, todavía mejor, los que usted invente. Ya sabe que adoptar el gesto produce un cambio de percepción y relaja un poco. Hágalo pues. Si quiere, claro, si le parece, tampoco es que sea una obligación hacerlo.


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