sábado, 12 de abril de 2014

El cigarrillo echaba humo por la punta y el humo subía desordenado. En sus últimas incursiones con el yajé se le había metido que el orden o el desorden del humo tenían que ver con la calidad de la energía. Aunque no podía desconocerse el trabajo del viento. Empezaba con un hilillo fino, pero a los pocos centímetros de vuelo se iba desordenando, en pequeños remolinos que de pronto, como por error, dibujaban círculos perfectos. Se decidió a cerrar la ventana para contemplar el cambio en la dinámica del humo.

El humo tardaba en configurarse según sus expectativas. Parecía que hubiera menos humo, aunque salía vertiginoso, la línea delgada mucho más larga, se iba, cómo decirlo, pequeños semicírculos que á el le parecían costillas. Creía ver en las costillas de humo un mensaje acerca de sus propias costillas, «es que todo es un mensaje lo demás es incapacidad para descifrarlo»... El ritmo de ascensión del humo había aumentado: tucu tucu tucu tucu… si tuviera sonido sería algo así.

También veía con cierta preocupación como el humo que iba ascendiendo se llevaba el cuerpo del cigarrillo, como iba consumiéndose inoficiosamente solo, difícil elegir entre el espectáculo del humo ascendiendo plácido, oficioso o fumárselo, aspirarlo. Tenía pocos cigarrillos y le preocupaba que se acabaran. Ya disminuido hasta su mínima expresión dio la última calada para matarlo, para ver cómo se extinguían los pequeños rezagos de una vida extinta.  

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