El cigarrillo echaba humo por la
punta y el humo subía desordenado. En sus últimas incursiones con el yajé se le
había metido que el orden o el desorden del humo tenían que ver con la calidad
de la energía. Aunque no podía desconocerse el trabajo del viento. Empezaba con
un hilillo fino, pero a los pocos centímetros de vuelo se iba desordenando, en
pequeños remolinos que de pronto, como por error, dibujaban círculos perfectos.
Se decidió a cerrar la ventana para contemplar el cambio en la dinámica del
humo.
El humo tardaba en configurarse
según sus expectativas. Parecía que hubiera menos humo, aunque salía
vertiginoso, la línea delgada mucho más larga, se iba, cómo decirlo, pequeños
semicírculos que á el le parecían costillas. Creía ver en las costillas de humo
un mensaje acerca de sus propias costillas, «es que todo es un mensaje lo demás
es incapacidad para descifrarlo»... El ritmo de ascensión del humo había
aumentado: tucu tucu tucu tucu… si tuviera sonido sería algo así.
También veía con cierta
preocupación como el humo que iba ascendiendo se llevaba el cuerpo del
cigarrillo, como iba consumiéndose inoficiosamente solo, difícil elegir entre el espectáculo del humo ascendiendo plácido, oficioso o fumárselo, aspirarlo.
Tenía pocos cigarrillos y le preocupaba que se acabaran. Ya disminuido hasta su
mínima expresión dio la última calada para matarlo, para ver cómo se extinguían
los pequeños rezagos de una vida extinta.
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