No es que tenga
muchas ganas de café pero voy a la cocineta, confino el pocillo con agua a una
pena de tres minutos en el horno y vago por el patio como un planeta errante
mientras las microondas aceleran obedientes las moléculas del agua.
Después vuelvo…
Y revuelvo, y camino lento, con el
pocillo calentándome las manos. Digo en voz alta que estoy perdiendo el tiempo.
Pero no lo digo como un reproche; lo canto como una notificación de la
conciencia. De pronto se activa el softaware
de correr, pero mi cuerpo, el hardware,
se rebela porque lo que quiere es perder el tiempo como pierde las uñas, el
pelo, las escamas de la piel…
Cuando subo la
escalera pierdo el tiempo como suelo perder las llaves, el celular y la cartera
y gozo por un instante el placer de vivir,
impunemente, fuera del mandato del programa.
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