domingo, 20 de abril de 2014

TRESCIENTOS METROS

¿Es que no voy a acostumbrarme nunca a la detonaciones?… A qué tanta ansiedad después de la velada apacible de anoche, los vegetales frescos, la compañía afable, casi silenciosa de los colegas, y al final, precavidos del trasnocho, caminando a paso sosegado hasta el sueño, obedientes al ruego de natura y del oficio…

Debe ser el tumulto, el bullicio que me pone nervioso. A fe que quisiera salir corriendo, pero apenas si me dejan andar: me rodean, me aguijan, me atajan, me empujan… El olor de la adrenalina adherida todavía a las calles, la euforia que brota de la manada y la sangría…

¡Pero las palmaditas condescendientes en la espalda!… y sobre todo la recarga en mi costado… ¡que me hacéis perder el equilibrio coño! ¡y esa provocación de periódico enrollado! a ver si en el ruedo me lo sigues manoteando ¿eh?…

Pero paciencia. Ya falta poco, cosa de cien metros. Cincuenta, veinticinco…  voy llegando, una vueltecita al ruedo y los últimos estrujones para regresar al silencio de mi hogar, al lado de los míos, eso espero. 

Gora, Gora San Fermín, pero es la última vez, pobre de mí, que me pongo de ciclista en el encierro de la Villavesa.

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