El músico local ameniza
con flautas y quenas, sobre una pista de fondo, la digestión de los comensales.
De repente de una
de las mesas se para un tipo que va al escenario, sisea un par de palabras al
músico y hace un gesto de permiso dirigido al piano, huérfano, hasta entonces, de
intérprete.
El de las quenas
corresponde con un gesto que dice que sí, que claro y entonces el tipo empieza
a ejecutar una pieza de Rachmaninov que
el otro secunda, obediente, con la precisión de una sombra.
A camino del segundo
compás la coctelera del barman detiene abruptamente su cumbia de hielos y acero;
los tenedores y los cuchillos de los comensales dejan de tintinear contra los platos, y el parloteo multilingüe se muere
en las mesas reconociendo su derrota.
Al final de la
pieza el aplauso se les hace cosa de poca monta, y pasa un buen rato hasta que
alguno se decide, un poco hereje, a carraspear y atacar de nuevo los platos y
la comida con los cubiertos.
En cuanto al tipo,
sentado de nuevo en su mesa, mastica, más que los tallarines fríos de su plato,
la sorpresa de haberse visto tocando, por primera vez en su vida, el piano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente, o es usted poco comentarista?