Por el tronar de la moto como una ametralladora pensaron que se trataba de un maleante. Eso, o un furibundo motociclista apasionado por el traqueteo del motor que, entre más intenso más símbolo de poder: una explosión tras otra. Los motores a combustión no son más que el estallido controlado de pequeñas bombas. Al hombre siempre le han seducido la violencia y el poder de las explosiones. Mini bombas que aceleran el cuerpo, otro signo de poder. A los maleantes les gusta el poder, o a los hambrientos de poder les gustan las motos poderosas.
Por eso pensaron que podría tratarse de un maleante… o de un amante de las motos ruidosas.
Además de la hora, ¿Qué persona en su sano juicio anda traqueteando una moto a las tres de la mañana de un día festivo? Desecharon la hipótesis del maleante o al menos del maleante en ejercicio de su profesión porque hasta los maleantes descansan en los días de fiesta, y, sobre todo porque ¿a la hora de malear no es mejor conducir una moto silenciosa?
Lo del maleante lo creyeron por la hora. A los maleantes, al mal, les gusta la noche, la oscuridad.
Pero también podía tratarse de un amante de las motos, o simplemente de un amante, a secas, tal vez no con un moto poderosa sino con una moto descompuesta, una moto sin mofle. Porque a los amantes como a los maleantes también les gusta la noche.
Aunque no podía descartarse la posibilidad de un maleante enamorado, de un maleante enamorado de una maleanta, o simplemente de una, a secas, enamorada también del maleante, o del amante de las motos, o del amante a secas con una moto descompuesta.
El caso es que sonó un estruendo de explosiones, un traqueteo poderoso a las tres de la mañana. Los perros de las fincas tampoco dejaron de notarlo y ladraron con la urgencia debida. Para los perros cualquiera que se meta en su territorio es un maleante por más amante de la motos que sea, por más amante a secas que sea.
El maleante, o cualquiera de los otros había peleado con su novia. De pronto, en medio de los arrumacos y de la conversación en bajo, murmullosa, apareció una contradicción. Quizá la amante -aunque era poco probable- se hubiera negado a ir más allá en la progresión de arrumacos o tal vez se negó a hacer algo el día siguiente, o tal vez trajo a colación unos viejos celos, tal vez fundados, tal vez infundados, que hicieron enojar al de la moto, al ya no tan amante porque ¿Otra vez con lo mismo? Si ya te había explicado que, y siempre lo mismo, pero hasta cuando vos con esa maldita inseguridad y ¿sabés qué? vámonos ya, yo te llevo a tu casa, mañana hablamos cuando estemos más calmados, y ella, claro, dejémoslo así, siempre lo mismo, por qué no lo hablamos hasta el final, pero él intransigente, silencioso, montate que nos vamos o me voy ¿Y es que me vas a dejar aquí a esta hora? Por eso te digo, montate.
A regañadientes se monta la amante del amante ya no a secas porque la lluvia ha empezado a caer, hijueputa ya empezó a llover y la lluvia resuelve las dudas sobre la montada, y pestañean más seguido por el agua que les cae en los párpados. Pocos orgullos no ceden a la persuasión de la lluvia y no es del caso, de todos modos son amantes, así sea de las motos.
A la primera patada la moto brama, traquetea más nítida que nunca acompañada por el silencio y más se hace sentir el poder y sobre todo que con más saña, con más corazón herido el de la moto acelera, que grite la moto lo que él no, que se ensordezca la fulana que muy a pesar tiene que abrazarlo para mantenerse adherida a la moto que a toda velocidad va dejando a su paso un reguero de ladridos de perro y de corazones de ex-durmientes en sobresalto.
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