miércoles, 27 de marzo de 2013


Conocí un 1 cuyos 2 tenían un 3 por los 4 pues pensaban que los 4 seguían viviendo entre los 2

jueves, 14 de marzo de 2013


Un café espresso, una soda, un paquete de malboro rojo de diez… Acuérdate de mí. Se lo dijo como una súplica. Las veces anteriores lo habían dejado abandonado, con el pedido en la boca, ilusionado, pensando que su pedido iba a llegar, que era verdad, que era una ley, que al hacer el pedido se entendía que iba a ser dado, pero no había sido así. 

Las otras veces era solo un espresso. Ni siquiera consultaba la carta que en ese café parecía una especie de biblia, una especie de cuadernillo, de librillo, de cuajar… Una carta tan larga, con diseños tan profundos y filosóficos que uno se perdía entre tanta información. Le faltaba un índice, pensaba.

Había pedido un café espresso otro día. Se fue. Nunca se lo trajeron. Volvió al mes y a los cinco minutos de llegar le dijeron: su café… Qué velocidad –pensó–… solo cinco minutos, ¡y no he pedido nada!… Era el mismo café que había pedido un mes antes.

miércoles, 6 de marzo de 2013

FREO

Qué día tan freo; día entre frío y feo

FRÍO

Qué frío el que está-va-a-hacer-siendo...!

viernes, 1 de marzo de 2013


  Se sentó en el excusado. Sin libros o revistas para leer se ocupó de contemplar el rollo de papel higiénico que estaba encima del lavamanos. Azul. El lavamanos. Recordó a Faulkner: Si miras algo atentamente termina por volverse interesante. 
  
  Primero vio el rollo en conjunto —el bosque, no el árbol—, y notó que el extremo libre de papel se torcía diagonal sobre el rollo. Le pareció un bonito detalle, como en los hoteles en donde una camarera se ocupa, por una miseria, de cuidar detalles de ese tipo. Imaginó el papel higiénico de la casa de la camarera; no muy chick. Después enfiló hacia los detalles: el rollo estaba lleno de puntitos. Diseño, pensó. Y a continuación descubrió, como una revelación, como esas imágenes computarizadas que se ven al rato después de mirar a cierta distancia, que había flores. Papel higiénico con puntitos y flores diseñadas. Se alegró. Pensó en qué otras maravillas se esconderían detrás de la ceguera de la costumbre: la lavadora; cantaba su monótono y rítmico traqueteo. Compases de cuatro por cuatro: tac tac tac tactac tac tac tac... Tenía ya la banda sonora del papel higiénico; flores y tac tac tac… Celebró la luz —sutilmente oscilante, aunque más rápida que la lavadora— y salió del baño haciendo gestos de director de orquesta, guiando el tempo de la lavadora. Lo esencial es invisible a los ojos, se dijo recordando una de las miles de presentaciones de power point que había recibido de Johnbo.