lunes, 18 de junio de 2018

UN ENSAYO

Esto no es fácil; a veces se experimenta una particular forma del dolor, un sentimiento de futilidad, de vergonzosa pérdida de tiempo.

Pero otras veces, entre línea y línea, surge algo: un chispazo, una conexión con cosas que uno no sabía que tenía por ahí en sus mientes inconscientes y que termina generando un sentimiento de unidad, una  felicidad (efímera, sí, pero al fin y al cabo felicidad). Es como si esa cosa indescifrable que se siente encontrara un modo de expresarse -que hasta terapéutico será–. 

A lo mejor, o seguro, ese chispazo es la razón por la cual uno decide arriesgarse entre la producción creativa y el sentimiento de futilidad, a sabiendas de que no se sabe, de que en general nunca se sabe nada.

miércoles, 6 de junio de 2018


Recuerdo que me gustaba mucho sincronizar el reloj con el del “06”; que los segundos coincidieran. Había que llamar varias veces para lograr “coger” a la “muñequita” –como le decían algunos– cuando fuera en cero: por fortuna la muñequita decía los segundos de diez en diez.

Era toda una experiencia sincronizar el reloj con el servicio de hora de la empresa telefónica.

Siempre me gustó medir, contar, sincronizar. Especialmente el tiempo.

Creo que lo heredé o lo aprendí de mi papá. También a él le gustaba medir, contar, contabilizar.

Hay un texto cómico en el que se comparan los diversos signos del zodiaco. Se hace referencia a la pasión de los virgo –era el signo de mi padre– por medir y controlar situaciones. El texto se pregunta cuántas personas del mismo signo se necesitan para cambiar un bombillo. En el caso de virgo, dice, se necesitan cinco: uno para cambiar el bombillo, otro para tomar nota sobre la hora en que el bombillo se dañó, otro para registrar la hora en que se cambió, otro para determinar quién fue el responsable de que se hubiera fundido y  otro para dejar por escrito de cuántos watts era el bombillo.

Los relojes digitales me recuerdan mi niñez, mi carácter, y de paso me recuerdan a mi padre, a quien también le gustaba mucho medir.

Cómo es que detrás de cada cosa hay un recuerdo…

Cómo es que es imposible agotar los recuerdos. Cuando crees que ya no vas a recordar nada más, por olvido, o porque crees que ya no hay más recuerdos, ¡zas!, aparece uno que te vincula con la niñez, con el padre, los hermanos, la madre…

Y esos recuerdos te traen emociones: nostalgia o tristeza, a veces dolor. Y bueno, también alegría a veces.