lunes, 20 de julio de 2020

AVANCES Y RETROCESOS EN FILOSOFÍA

Había unos filósofos que, aunque nacidos en el XX, se consideraban a sí mismos como presocráticos. Para ellos no había existido ni existiría jamás pensador más grande que aquel filósofo visionario que se sabía previo a Sócrates y que afirmaba, sin que nadie se lo preguntara, cosas como que era lunes 24 de octubre del año VII antes de Cristo sin que nadie supiera a ciencia cierta qué o quién era Cristo. El filósofo, como el lector ya habrá adivinado, no era
nada más ni nada menos que Presócrates. 

Y no es que estos filósofos presocráticos desconocieran los aportes de Heidegger, de Marx, de Kant, Etcétera, esta última, una destacada filósofa del siglo tercero que merece una digresión: 

Etcétera desarrolló un principio a la vez técnico y pedagógico que consistía en dejar sus proposiciones inconclusas para estimular el ejercicio del cógito en sus discípulos. Su proposición más recordada sobre el origen del universo reza así: Los tres principios del universo son el ser... etcétera. 

Algunos de sus discípulos, que tuvieron desencuentros teóricos con ella crearon una escuela disidente, la de los puntosuspensivistas, en esencia similar pero con algunas diferencias conceptuales sutiles solo comprendidas por filósofos avezados. 

Como se dijo, no es que los filósofos desconocieran los aportes de los demás pensadores sino que para ellos Presócrates seguiría siendo siempre su guía, su faro, su empresa. 

Quizá uno de los aportes más valiosos de estos filósofos presocráticos no fue teórico, sino técnico. Consistía en la práctica del calentamiento previo al ejercicio de pensar, que se verificaba barajando ideas básicas y de corto alcance al principio, como la de que dos más dos son cuatro, que el tráfico vespertino es imposible y que la calidad de las maquinillas de afeitar del mercado de bajo costo es deplorable, entre otras. 

En otras ocasiones –a manera de calentamiento siempre–, se valían de un estímulo físico, por ejemplo un celular, para aceitar los engranajes de la que ellos gustaban llamar la cogito machina. La contemplación del celular generaba hipótesis sobre la forma, el peso, el 
volumen. Otras veces, buscando nuevas posibilidades, lo encendían y buscaban 
publicaciones al azar en las redes sociales como la de María Marai, cosmetóloga, 
cosmenauta, la más reputada influencer de Instagram y diva del mundo del maquillaje por internet. 

La publicación declaraba a sus seguidores y a sus patrocinadores la tajante negativa por su parte a promocionar marcas cosméticas que atentaran contra la integridad psicofísica de los animales. Las pruebas de cosméticos en animales, especialmente en monos, siempre 
resultan perjudiciales para ellos. 

Esta forma de calentamiento produjo en los filósofos reflexiones cada vez más 
sofisticadas, en este caso sobre la evolución: ¿Es la resistencia al maquillaje un logro evolutivo de la especie humana, y particularmente de las mujeres?, ¿Pudo algún tipo de maquillaje jurásico acabar con los dinosaurios y conservar sin embargo a las mujeres? ¿es el maquillaje una ventaja evolutiva? ¿existía maquillaje en aquella época?, ideas más o menos prometedoras pero todavía propias del calentamiento por pertenecer más bien al 
campo de la biología que al de la filosofía. 

Este método de calentamiento, tal como lo esperaban los filósofos, no tardó en rendir sus frutos. Los filósofos desarrollaron pensamientos complejos y cercanos a la verdad como ningunos otros lo hubieran logrado: cada idea se convertía en calentamiento de la próxima. Así fue que llegaron a saber tanto que estuvieron seguros de que en el transcurso de un par de meses llegarían a saberlo todo, absolutamente todo. Y hubieran 
llegado a hacerlo si no hubiera sido porque uno de los filósofos del grupo –tal vez más pragmático que presocrático– advirtió el hecho de que si llegaban a saberlo todo, más temprano que tarde iban a quedarse sin trabajo –su trabajo era pensar, y si no había nada más que pensar, ¿entonces qué trabajo les quedaba?-.

Esta idea a tiempo los impulsó a desarrollar quizá el más grande de sus aportes a la tradición filosófica: el método para olvidar, para des–saber que practicaban intercalado cada tanto tiempo para no llegar al fin del pensamiento. Por supuesto, nadie fuera de la comunidad filosófica sabía que estaban a punto de saberlo todo, aunque, por lo demás a nadie le interesaba tampoco lo que los filósofos pensaran o llegaran a saber, cómo a María Marai concentrada en llevar hasta extremos impensables el noble 
arte del maquillaje, un arte mucho, muchísimo más difícil de agotar que el de los filósofos.