El corazón es el que más sufre porque
reacciona a todo. Es bastante sensible. Se encoge con mucha fuerza, intenta
reducirse a su menor expresión. Es como si el corazón quisiera implotar, replegarse
sobre sí mismo, hacer una especie de big
bang invertido...
A propósito, dicen que eso es lo
que va a suceder un día con el universo; que después del final de su expansión,
empezará el proceso contrario. Ying yang... el universo es como un
pulmón que se infla y se desinfla o también como un corazón que hace sístole y
diástole…
Sí. Eso es. Es lo que intenta
hacer el corazón: implotar… pero claro, como no tiene la suficiente fuerza,
entonces permanece lo más agazapado posible. Y de pronto se empieza a asomar, como
un niño que se asoma desde debajo de la mesa a ver si ya todo pasó, si ya todo
está bien, y como le parezca que ya todo ha pasado, empieza a relajarse y a
volver a su tamaño natural y a sentirse bien consigo mismo. A latir, flexible,
a conectarse con la respiración.
El pulmón y el corazón se sincronizan
como si fueran dos músicos, y ahí todo es armonía, un jazz orgánico… Los pulmones
se empiezan a relajar: también las costillas, y los huesos que protegen el pulmón… y
el tórax… y el pecho…
Y se empieza a disfrutar el hecho de vivir; lo que equivale
a vivir porque no disfrutar la vida es sinónimo de no vivir.