miércoles, 18 de junio de 2014

Me emborraché. Quería hacer algunas cosas al escondido de mí mismo.

domingo, 20 de abril de 2014

IDEAS DESORDENADAS PARA UNA APOLOGÍA A LA GUEVA


Apreciados seres humanos: en el día de hoy venimos ofreciendo este rico caramelo masticable el cual tiene un valor y un precio de $200. La persona de buen corazón que quiera colaborar, Mi Dios se lo ha de pagar. Recuerde, uno le vale $200 tres por quinientos.

Bien.

Sin más preámbulos vamos a nombrar el título de nuestra charla de hoy: APOLOGÍA DE LA GUEVA, o DEFENSA DE LA GÜEVA, o DIGNIFICACIÓN DE LA GÜEVA.

Amigos:

En primer lugar no se tome el vocablo güeva en un sentido vulgar. Por el momento no TENDREMOS EN CUENTA su acepción anatómica de testículo o gónada. No. Lo que quiero que exploremos es el sentido psicológico de lo que significa SER una güeva; del sentido existencial, de lo que significa, como decía Heidegger, SER una güeva en el mundo.

Yo sé que muchos de nosotros en algún momento de nuestras vidas nos hemos sentido como unas güevas. Otros lo vivimos día a día.

Porque ser una güeva es una vocación. Todos somos en alguna medida una güeva pero no todos llegamos a explotar el máximo potencial de ser una güeva, nuestro máximo potencial de gueveidad.

Algunos iluminados han llegado a sintonizarse profundamente con la güeveidad, a saber, la cualidad esencial de la güeva. Sin embargo, hay muchos que no han llegado a darse cuenta de la importancia.

Como aquí hay señoras, no quiero herir su sensibilidad y el tratamiento que voy a dar de la güeva será enteramente respetuoso.
Vamos a la fenomenología del asunto, o sea a la observación del fenómeno. Hace poco escuchaba a una niña preocupada diciendo que cuando estaba con la persona que le gustaba se comportaba como una güeva, decía estupideces. “va a creer que soy una güeva” decía. Yo le interpelaba: Va a creer que eres una güeva, o va a saber que eres una güeva. Porque ahí es donde está el enredo. Somos unas güevas pero queremos ocultarlo. Es connatural ocultar la güeva, pero no porque sea vergonzosa sino porque es muy importante. 

Ahora bien, que es ser una güeva en el habla común:

Ser una güeva es:
Equivocarse
No coincidir con un ideal que tenemos de nosotros mismos.
Ser torpe: la torpeza es una habilidad no desarrollada. Como vamos a desarrollar una cosa si no la aceptamos, no la reconocemos?

No reprimas tu güeva interna queriendo parecer importante, interesante, hábil o ágil; lo que de verdad enamora a las personas es esa güeva que habita en ti. Abraza a tu güeva interior, pero con amor

La función trascendente de la güeva: quiero contar…

Por qué se originó esto?
Dos personas que van a mi consulta se han quejado en algún momento de que se sienten como una güeva. Cómo se siente uno como una güeva? Yo diría que sentirse como una güeva implica cosas muy agradables tales como sentirse:
Calientico
Protegido
Suave
Flexible
Elástico
Escualizable
Acompañado por otro igual que está en tu misma situación y que por lo tanto te comprende, aunque esté un poco más arriba o un poco más abajo.

Me dicen, me siento como una güeva. Y yo invariablemente les respondo: y cuál es el problema con la güeva? El problema no es sentirse como una güeva, sino el poco valor que le damos a la güeva, como si ser güeva fuera algo negativo, algo malo. Cuál es el problema con la güeva, si uno asume que en ocasiones es una güeva está protegido de la reacción negativa cuando se piensa, o peor, cuando alguien sugiere que somos unas güevas. 

La respuesta que yo sugiero es asumir con orgullo que somos unas güevas. Es que usté es una güeva y uno responde, con conocimiento de causa, con conciencia, si… soy una güeva. 

IDEA PRINCIPAL:

Ser una güeva no es un problema, el problema es no aceptarlo, entonces la solución no es dejar de ser una güeva, cosa imposible, sino aceptar que se es una güeva. Porque la güeva es una cosa chévere, es una cosa digna y es una cosa valiosa.

PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

El problema surge de una expresión que han dicho dos personas en la consulta psicológica: “me siento como una güeva”. Yo he respondido en las dos ocasiones con una pregunta ¿cuál es el problema de ser una güeva?, por qué esa animadversión, esa pelea, ese conflicto con la güeva?.

DEFINICIÓN DE LA GÜEVA

En primer lugar la güeva es un órgano, una gónada que produce los espermatozoides y las hormonas masculinas, la testosterona. Sin embargo en el lenguaje psicológico, se alude a la güeva, en el sentido de “ser” una güeva o “parecer” una güeva, quizá más la primera expresión que la segunda. Es la definición de güeva que nos interesa. Hasta el momento, hay una definición anatómo-fisológica y una definición psicológica-caracterológica

LA GUEVA COMO ESTRUCTURA PSÍQUICA

La güeva corresponde a la imagen de una persona disminuida, devaluada, caracterizada por dos atributos fundamentales:

La lentitud motriz
La torpeza motriz o intelectual
Cierta falta de tensión  facial, falta de tonicidad, flacidez.

La imagen de la güeva siempre está presente, hace parte del repertorio mental, y en algunas ocasiones se hace consciente. 


Soy una güeva es una metonimia, procedimiento literario que consiste en tomar la parte por el todo. Ahora está el paradigma holográfico: en la parte está el todo. En la güeva está el ser humano y en el ser humano está todo. 

LA SACADA DE LA CÉDULA


En un lugar de la Villa, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que… boté la cédula. Una voz interior me preguntó ¿Dónde olvidaste la cédula, Santiago? Y me respondí a mí mismo: ¡Pues si supiera donde la dejé no las estaría buscando güevón! Entonces, corregido por mí mismo cambié la pregunta: ¡Eh! dónde habré dejado esa p… cédula… Dirán que es una vulgaridad utilizar esta palabra para referirse al documento en cuestión pero no encuentro una descripción más precisa para una que se ha perdido irremediablemente.

Hablemos un poco de la cédula. En primer lugar, ¿para qué le ponen la huella a la cédula? Imagínese de noche, un policía le pide su cédula, mira la foto, de pronto no le parece muy convincente, tiene sus dudas, y le dice: A ver, ¡muéstreme su índice derecho! Y usted procede a estirárselo al oficial. El se queda mirando, una curvita no le convence, llama a su compañero, vení Martínez, vos si ves esta curvita?, ¡no me mueva el dedo hágame el favor! Contemos las rayitas, a ver, una, dos, tres… veinticinco…. ¿veinticinco o veintiséis?... ahhh… volvamos a empezar: uno, dos, tres… 

Segundo, ¿qué es eso de fecha y lugar de expedición?, dice Envigado, 30 diciembre / 1992. Resulta que cuando eso, la próspera ciudad era entonces un paraje inhóspito; había que ir de expedición a sacar la cédula.

Otra cosa curiosa es la firma del Registrador Nacional ¿saben cómo se llama el registrador nacional?, ¿Quién puede decírmelo? Una pista: se encuentra en el respaldo de la cédula: Carlos Ariel Sánchez Torres. Es una persona de admirar. Yo lo admiro por su potente visión, por su pulso y, especialmente por su paciencia. Y es que es capaz, no solamente, de hacer la firma más diminuta que existe, sino también de estamparla en cada cédula que se expide en el territorio nacional. Si es que yo leyéndola me embizco y me mareo, como será ese señor todo el día firmando cédulas, sacando la lengua intentando la precisión, ¡hij… ya me tiré esta!... ¡Cómo saldrá de la oficina! Todo ese trabajo de don Ariel y vengo yo ¡y boto la cédula! Cómo le dará de rabia. Lee los datos de la cédula y dice, vení pero esta cédula yo ya la había firmado… ¿fue que ese pendejo la botó o qué? Por eso cobran treinta y cuatro mil pesos por el duplicado.

Al perder la cédula empecé la etapa de duelo que, como sabemos, inicia con la negación: Por eso no fui ni a la notaría a poner el denuncio, ni a la registraduría, que es un lugar al que temo instintivamente porque lo asocio con trámites, burocracia, filas y funcionarios que no funcionan. También, debo confesarlo, me daba pena volver a molestar a Carlos Ariel. Así, dejé pasar un mesecillo, pensando que podía aparecer en el bolsillo interior de una chaqueta, en la oficina, o por ahí “traspapelada” entre las cosas. Pero no aparecía. Entre mi fobia a las registraduría, mi registrofobia, y la esperanza de que la cédula apareciera por sí sola en algún lugar, no me animaba a preguntar por el trámite de una nueva cédula. Pero llegó el momento en que decidí enfrentar, tanto la pérdida irremisible de la cédula como el olor a madera vieja de la registraduría. 

Pregunté allí por el trámite. Para mi sorpresa me dieron en la puerta una fotocopia con las las indicaciones. Había que separar una cita (me pregunto cómo podrá sentirse la una pequeña citica separada de sus hermanas:  el dolor, la tristeza, la citica (sitica) aferrándose a las demás, el computador arrastrándola de la mano porque la cita se separaba por internet y las citas más viejas: “sabíamos que este día llegaría; pero hay que aceptarlo, es parte de la vida de toda cita…” (fin de la cita) 

Noté maravillado que había citas hasta para el día siguiente…! Yo preveía que la cita iba a coincidir con la del certificado de defunción, pero no. Después de un par de clicks ya tenía mi cita para dentro de tres días. Estaba tan emocionado estrenando cita que no puse mucha atención a los documentos que había que llevar, porque uno no se puede presentar a una cita así no más, con las manos vacías, no señor. Y así, como una cita amorosa requiere buena ropa, perfume y flores, una cita con la registradora, requiere cuatro fotos de cuatro por cinco  cuatro por cinco, veinte, por cuatro…, como quien dice ochenta, y de fondo blanco (parece que la registradora es aficionada a la bebida ¡fondo blancooo…!) y un recibo de pago en el banco popular por la módica suma de treinta y cuatro mil pesos. Ya mi padre me había advertido en mi niñez con su pródiga sabiduría sobre el valor de la identidad: ¡son treinta y cuatro mil pesos!.

Se llegó el día D. La cita era a las tres de la tarde y yo estaba en Bello, así que me dije a mi mismo que debía salir de allí a la una de la tarde para alcanzar a 1: imprimir las fotos que tenía guardadas en mi memoria usb de un reciente trámite y 2: hacer el pago, que había olvidado con la euforia de haber ganado la cita.

Calculé que podría cumplir mi itinerario. Así que me dirigí, bajo un sol calcitrante a Carrefour (chévere) y cuál no sería mi sorpresa al ver que el local de fotojapón estaba desocupado. Maldiciendo, volví caminando al metro para tomarme las fotos en Envigado y hacer el pago en el BP. Ya el tiempo se estrechaba. Subí al metro No. No es cierto, entré en el metro porque a uno no lo dejan subirse, es peligroso… y a los pocos minutos de arrancar ¡se detuvo! Se detuvo a mitad de camino y no arrancaba y no arrancaba. Fue muy angustiante porque una cosa es que no arranque, pero que no arranque y no arranque… es el doble de angustioso. Yo miraba el reloj diciéndome: tranquilo, por más que te angusties no va a arrancar, y mucho menos a arrancar-arrancar. Respiraba profundo. Digo profundo porque estaba en el fondo de una multitud de cuerpos y de axilas colgantes (las axilas colgantes de babilonia), y después de algunos minutos-horas, el metro, no solo arrancó, sino que arrancó-arrancó. Iba de estación en estación y yo hacía fuerza para que el tiempo me alcanzara. Tenía mucho miedo de perder la cita en la registraduría. Miedo de un nuevo trámite, y miedo de un castigo imaginario.

Imaginaba la cara del portero o del funcionario encogiendo los labios, levantando una ceja y con un gesto de desaprobación negándome la cita y haciendo una observación despectiva del tipo “es que no cumplen con la citas”, incluyéndome a mí en la masa informe de los que llegan tarde a las citas. Temí que me castigaran. Hasta llegué a imaginar que el funcionario me decía: si fue tan machito pa´ llegar tarde, entonces mire a ver cómo se las va a arreglar sin cédula. Y diciéndole después a otro funcionario:  Fue duro, pero es por su bien. Imaginaba que me iba a tocar la ardua tarea de independizarme y montar mi propia registraduría. 

En estas divagaciones iba cuando el metro llegó a su destino, la Estación Envigado, estación cercana al periódico el Colombiano, parque de Envigado, con rutas integradas… Bajé y fui rumbo a la ruta integrada con dirección parque Envigado. Allí buscaría el banco popular y un tomadero de fotos sabía que al frente de la registraduría había uno y después, a cumplir la cita. Lo que viví en adelante fue una mezcla intermitente de esperanza y derrota. A veces pensaba que sí iba a alcanzar, pero después miraba el reloj y me decía a mí mismo, no voy a alcanzar. También me decía: si no alcanzo no me voy a castigar. Si no alcanzo no alcancé y punto. 

Le tocó el turno al banco popular. Ya había ido a hacer una vuelta antes allí y entonces me dirigí concentrado. Cuando llegué caí en cuenta que la vuelta que había hecho en ese banco no era una vuelta del banco popular sino de AV Villas. A no ser que hubieran cambiado el banco en una semana. Pregunté por el banco popular. Un señor me lo señaló. Dudé del señor y una cuadra más adelante pregunté a otro señor. Y el señor me señaló. Entré al banco. Había una fila que uno no sabe. Unas diez personas ¿voy a alcanzar? En un momento me dije. Ya no alcancé, aceptando la realidad. Ya no alcancé me decía, pero voy a hacerlo, después vemos. 

Me puse en la cola de la fila. Es verdad que quise ponerme en la cabeza pero a algunos de los clientes pareció no agradarles mucho. Esto lo sospeché por su lenguaje corporal y por algunos escasos vocablos, del tipo “hey hey hey hey” cantados al unísono por todos los miembros de la fila. Tan pegajoso era el estribillo que me sumé a él y empecé a bailarlo, cuando un sutil empujón con el empeine de un pié me advirtió que los gritos no eran un estribillo de moda como el de Ricky Martin (¡un! ¡dos! ¡tres! Un pasito pa´ lante, María…) sino la imperativa amenaza de que ocupara mi lugar en el apéndice de la fila. 

Una vez allí, en la cola, que hacía honor a su nombre, porque la verdad es que no olía nada bien, empecé a observar el universo del banco popular. Había cosas interesantes. Llamémoslas a manera de síntesis, vejez y decadencia: un espacio pequeño, con carteleras y avisos de un verde desteñido y curtido, fracturas en el piso, desniveles peligrosos, caprichosos diseños del mugre en las baldosas, mostradores descascarados, señoras opulentas con trajes arcaicos y miradas gachas, tan curtidas como las paredes por el paso del tiempo, por una larga vida de largas filas a la espera de cualquier cosa. Las paredes, antaño de un blanco impoluto ahora mestizas de negro mugre, de negro tiempo.

Y en este ambiente retro, retro pobre, anidaban funcionarios también populares. Uno de los que más llamó mi atención fue el de la taquilla izquierda, consignaciones y cheques. No miento. Era un señor de edad avanzada (era lo único “de avanzada” que había en el banco) por ahí de unos sesenta y tantos años, calvo, canoso, barrigón y por lo visto orgulloso de un poderoso abdomen cuyo prólogo exhibía coqueto, abiertos los tres botones superiores de la camisa, haciendo alarde de un pecho poblado de bellos y níveos vellos, sudando por reflejo al calor distribuido por tres destartalados ventiladores de techo.

Mientras hacía la fila meditaba sobre el rechoncho y veterano cajero y en todo el lugar, oponiéndolo  a los nuevos y modernos bancos privados ¿cuándo ha visto usted un cajero viejo en Bancolombia? ¿Y un cajero calvo? ¿Y un cajero barrigón? ¡Jamás! ¡el departamento de recursos humanos decapitaría inmediatamente a un aspirante con este perfil! Y es que en Bancolombia no hacen proceso de selección sino casting: cómo registra el prospecto en las cámaras, su hoja de vida con fotos en traje de noche, en vestido de baño, la coquetería… 

A propósito de Bancolombia, o  Banco-lo-odia como le dice un amigo mío, ¿qué es eso de qué tan alto quieres llegar? Han visto ustedes los cajeros electrónicos cuyos botones se encuentran a treinta y cinco centímetros del suelo y en los que una persona de estatura promedio tiene que arrodillarse para digitar la clave? Siempre que retiro dinero y tengo que agacharme para meter el hocico en la rejilla que protege el teclado viene a mi mente el slogan ¿Qué tan alto quieres llegar? Me entra cierta sospecha ¿será a las rodillas del gerente del banco? ¿No es el tamaño de los cajeros un mensaje inconsciente de hasta dónde quiere el banco que lleguen sus clientes?.

En fin, volviendo a las oficinas de Bancolombia vs Banco Popular, no es extraño que cuando uno llega a una prístina e impoluta oficina de Bancolombia y está en traje informal, de tenis y camiseta, los cajeros se miren entre sí y se digan ¿y este guache para donde viene? Yo no lo voy a atender Señor, en este centro comercial no hay oficinas del Banco Popular, ¡pero qué tal el descaro!

Salí del banco Popular rumbo a la tomadera de fotos ¿alcanzaré, no alcanzaré? It was te question. Mi reloj marcaba la hora de la cita. En ese momento recordé algunas teorías sobre el tiempo: el tiempo es relativo, el tiempo es subjetivo, el tiempo es una variable más. Decidí entonces aminorar el paso, tranquilizarme, respirar más lento para enlentecer el universo (que también es nuestra creación) y es realmente sorprendente el poder de nuestra …. Estupidez, el tiempo siguió corriendo como si nunca hubiera visto un programa de Carl Sagan, ignorante por completo de la teoría de la relatividad.

Señorita imprímame esta foto… parece que ella también había estado leyendo sobre las teorías del tiempo y tenía puesta una camiseta que rezaba “movimiento slowly”, Nada que hacer. Había un señor antes de mí, cuya foto en pantalla la señorita enderezaba, torcía, retocaba, iluminaba con una meticulosidad de orfebre. Yo brincaba y miraba el reloj, zapateaba, veía las fotos de la familia del dueño de la papelería, limpiaba con la yema de los dedos el polvo de una mesa de madera, miraba por la ventana la puerta de la registraduría, recitaba los diez primeros capítulos del Corán, mordía los cueros de las uñas, (y también los míos), recordaba cronológicamente mis estudios académicos desde el preescolar… 

Hasta que llegó mi turno: 
Señor esa foto está con gafas
¿Y…?
En la registraduría no reciben fotos con gafas (qué imperdonable discriminación), ¿quiere que se las borre con el photo shop?
Señorita por Dios… tengo una cita a las 3:00 p.m. en la registraduría y ya son las tres y diez…(angustia).
Habló la voz del pueblo, la voz de la experiencia; habló un oráculo sin ambigüedades:
Eso lo esperan... 
Y procedió a consentir la foto, ora de un tamaño, ora de otro, ensayando diferentes contrastes. Finalmente la imprimió en una impresora también del movimiento slowly, pixel por pixel, sin afán, incluso devolviéndose para corregir algunos pixeles y haciendo su sonido de robotcito silencioso tzzzz….
Serían las 3:20 p.m. cuando entré a la registraduría:
¿A-qué-hora-tiene-la-cita?
(Con pena): mmm… a las tres de la tarde… lo que pasa es que...
Ah, bien pueda siéntese ahí que ya lo van a llamar
En ese momento recordé que estaba en Colombia y que los funcionarios de la registraduría no eran ni alemanes ni ingleses. Después de esperar un buen rato pasé: nombre, teléfono, dirección: Cra tal y pascual: la funcionaria se queda mirándome, como recordando, y me dice: ¿O sea que usté todavía vive con su mamá?
Sí su señoría es que… 
Ea… ve… ma… 
¿Cómo dice?
No, nada…
Cuando el plastificador me entregó la cédula, al final del trámite, me puse contento, orgulloso de haber hecho la vuelta, de conocer el terruño. Noté que la cédula provisional no cabía en ningún bolsillo de la billetera, el papelillo en cuestión era más un poster que un documento, hasta me sirvió para guarecerme de la lluvia que empezó a caer. Más que un documento era una cartelera. Me sumé entonces a una protesta que había en la puerta de la Registraduría en la que los manifestantes habían pegado un palo de escoba a sus contraseñas y gritaban: 

¡¡Exigimos – Documentos que quepan en la billetera!!
¡¡Exigimos – Documentos que quepan en la billetera!!
¡¡Exigimos – Documentos que quepan en la billetera!!

Pero bueno, ya estaba hecho el trámite ¡y la cédula nueva para dentro de dos meses!
Un par de días más tarde descubrí que ¡!!¡Se me había perdido la contraseña!!!! La historia de cómo saqué el duplicado del documento provisional para sacar el duplicado de la cédula merece capítulo aparte porque fue mucho más difícil.

LAS CONVERSACIONES


¿Habéis notado que en almuerzos, cuando hay visitas, siempre hay alguien que, elogiando al anfitrión le pregunta muy interesado cómo ha hecho el almuerzo, es decir, cuál es la receta?. Inmediatamente, el cocinero anfitrión comienza a dar una explicación detallada de los ingredientes y del proceso: primero, en una sartén mediana (no puede ser demasiado grande ni demasiado pequeña) que no sea de teflón, porque se ha descubierto que, dada la naturaleza del teflón al que nada se le pega, también tiene dificultades para mantenerse aferrado a la olla y empieza a desprender pequeños pedazos de sí mismo que además son altamente tóxicos…

Ahora que… ¿existe algún instrumento para cocinar que no sea tóxico?, la comida misma, según sostienen avanzados naturalistas de una y otra secta,  no es tóxica también?. ¿Es que hay algo que no sea tóxico en este mundo? Nosotros mismos, incluso, somos tóxicos, si no, preguntar al planeta.

Pero vuelvo al asunto: la sartén tiene que ser de tal modo, hay que echarle agua primero, dejarla hervir, pero no demasiado, después echarle los granos que han debido ser cuidadosamente remojados desde el día anterior (ojalá con luna llena) en agua enriquecida con especias y un pedacito de suela de zapato, y después adicionarle aceite de oliva, el aceite estrato cinco de los aceites que hasta puede tomarse directamente porque tiene yo no sé qué de omega tres o no tiene, o no sube el colesterol...

Igual yo no sé nada de cocinar. Es por eso que nunca pregunto cómo ha sido hecho lo que me he acabado de comer. Disfruto lo que se me da y lo agradezco, pero es que no podemos ir por allí preguntando cómo se hace lo que nos comemos… seguramente no comeríamos nada tal como recomiendan los grupos de desnutricionistas a ultranza. 

Ahora, el chef amateur ha dado una explicación minuciosa de cómo se prepara el plato con el que nos ha deleitado ¿Para qué?. El 100% de las veces, el que pregunta la receta no tiene ni la más mínima intención de preparar el plato. Si la tuviera sacaría una libreta y apuntaría la receta. Estoy seguro que cuando llega de nuevo a su casa, no solo ha olvidado la receta con sus sofisticados procesos y diversos ingredientes sino que además ha olvidado por completo el suceso. Llega a su casa y en algún momento se pregunta ¿eh qué fue lo que almorcé yo hoy…?

Son esas cosas que nos enseñamos por el placer de enseñar… y por el placer de aprender, o mejor por la pose de aprender. Es un juego, un juego de erudición. Hace parte de las conversaciones, y eso tiene un nombre: conversación ritual; se trata de unas conversaciones que sostenemos simplemente por conversar, sin ningún propósito cognoscitivo, gnoseológico, sin ningún interés por aplicar los “conocimientos” adquiridos. Una especie de Zapping presencial, no de televisión. 

Otros ejemplos de conversaciones rituales: el tema del clima. Por dios ¿qué haríamos sin el clima? Hacía ya mucho tiempo que nos habríamos extinguido. ¿De qué diablos hablaríamos con los taxistas, de Hegel? “¿y cómo le parece pues la idea de la fenomenología?”. No. Sería imposible conocernos con extraños.

Nos quedaríamos mudos si todos los días fueran iguales y no hubiera variaciones. Si todos los días son días soleados, entonces qué es un día soleado? Dice una película. No sé si lo cogen, es bastante profundo. Nos montaríamos en un taxi y nos quedaríamos callados, haciendo algo como un hmmmm…. Y pensando: juep…, si no siempre hiciera el mismo sol tendría algo que hablar con este señor. 

Lo otro son las noticias. Tal vez en el caso de acabarse el clima pues aún quedarían los noticieros, claro que sin la sección del clima que no volvieron a dar, a la que nadie atendía, en la que nadie creía y que a que nadie le interesaba. ¿todavía existe Max Henriquez?  Señalando a una pared verde. Si no veía las nubecitas en la pantalla verde… ahora iba a tener la menor idea de si iba a llover o no en la vida real!

Hay otro tipo de conversación de juguete que me ha llamado la atención y es aquella en la que, están dos personas conversando usualmente hombres, y en la conversación se cuela un lugar geográfico, una coordenada, una ubicación que uno de los interlocutores no conoce. Ahí se para abruptamente la conversación, o, si se ha seguido adelante, pues se devuelve, “¿dónde me dijiste?

En San Juan, al lado del restaurante, diagonal a la ferretería… y el otro, que no se ha ubicado, chequea, ¿pero como cuando uno viene desde la setenta y ocho? ¿Bajando?. No, subiendo, Responde el otro. Y vuelve sobre una explicación de cómo se llega allí desde su casa. Moriría por tener google maps y poderle indicar al otro el lugar preciso. Claro que así no sería tan emocionante como ese juego de ver si los dos se ubican en el mismo lugar, y sentir su ego inflado ¡yo sé dónde queda! Es algo masculino.

Muchos no se sienten tranquilos hasta que imaginariamente no se encuentran en el mismo sitio. Puedo ver los globitos de imaginación de cada uno de los conversantes en una cuadra diferente y los dos perdidos. ¿pero dónde estará este otro güevón?, hasta que después de muchas señas (porque no es posible coger un taxi imaginario y darle la dirección al chofer), se encuentran. Los globitos se juntan en el mismo lugar y los dos personajes se dan un abrazo ¡aquí es, por fin nos hemos encontrado! ¡qué felices somos! ¡los dos conocemos la ciudad!, y acto seguido se continúa la anécdota, en la que, por supuesto, la ubicación geográfica no aporta absolutamente ningún dato significativo a la historia.

Para mí es diferente. Cuando me están contando algo y el interlocutor que va a dar una ubicación topográfica me ausculta con mirada inquisitiva a ver si mis gestos indican que realmente me ubico en el lugar que está mencionando, yo finjo que sí me ubico. 
He aprendido a fingir que sé dónde me están indicando que sucedieron los hechos. De todas formas, un sexto sentido del narrador pregunta ¿seguro que sabe dónde es? Por allá hay un kokoriko y una óptica. “Sí sí sí”, respondo, o “ajá”. ¿Pero si sabe dónde es? Sí, sí. Estoy seguro que si las convenciones sociales no toleraran las mentirijillas, el interlocutor se sentiría autorizado a retarlo a uno, como una mamá que quiere saber si su hijo sí le entendió: ¿a ver dónde es? Explíqueme usted. Y uno tendría que empezar: vea, toma la avenida regional en sentido sur norte… Y sólo después de aprobar el examen, el narrador sentiría que puede continuar con su relato en el que, como dijimos, la situación geográfica no aporta nada fundamental a la tensión del relato. Es simplemente el paisaje.

Yo suelo, en las novelas, saltarme las descripciones de los paisajes y de los sitios, tipo En nombre de la rosa: Estaban en un edificio hexagonal, cuyo vértice septentrional apuntaba al sudeste. Más arriba, subiendo por unas escaleras helicoidales que subían en oposición a las manecillas del reloj se encontraba un vestíbulo… 

Cuando digo el “ajá, ajá, sé dónde queda”, la verdad es que ni siquiera me tomo la molestia de pensar en dónde es que me están diciendo. Me basta con saber en qué país sucedieron las cosas, y no siempre. 

Otra parte importante son las conversaciones en miniatura, que tienen formatos. Son los saludos, que son proporcionalmente coherentes al interés por el otro. ¿qué has hecho? Bien, responde el otro. O sea, ha hecho el bien, demás que sin mirar a quien. ¿cómo estás? Nadita. Responde el otro. ¿Cómo estás? Trabajando…  igual uno podría, haciendo el gesto de saludo, decir las cosas más inverosímiles y obtendría las respuestas automáticas, por defecto. ¿Qué tal cabrón hijueputa? Trabajando, responde el otro. ¿Qué hay de tu puta madre? Bien…, sonríe y sigue su camino.

Se trata de las convenciones sociales que tienen algún sentido pero que en el uso se van volviendo clichés automáticos que se repiten sin conciencia. En conclusión, todo el tiempo estamos hablando a los otros de cosas que no tienen la menor importancia, preguntándoles sobre cosas que inmediatamente olvidamos,  y los demás fingen que les interesa, aunque realmente nos importa un pito, pero es porque nos queremos.

UN HOMBRE A UNA NARIZ PEGADO


Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
Quevedo 

Quiero contar un secreto, que muy pocas personas conocen porque se los he confiado personalmente… soy narizón, o narigón. Aunque decir que soy narizón es una afirmación relativa; podría decirse también que tengo la cara pequeña o que la tengo muy atrás de la nariz. Y bueno, tiene sus ventajas. Cuando estaba en el colegio los profesores de educación física me elegían para atletismo porque siempre ganaba por una nariz. Ni siquiera tenía que correr. Digamos que la carrera consistía en que los otros corrían desde el principio hasta el final de mi nariz. Pero no hay que exagerar eso era solo en las carreras de 100 metros. Cuando había que dar vuelta a toda la pista, también ganaba pero valiéndome de otro artilugio y era que cuando me iban ganando simplemente eliminaba a mis competidores aspirándolos. Una vez que ganaba me sonaba y pasábamos a otra actividad. Es verdad que algunos protestaban porque les parecía antideportivo pero los profesores se hacían los de la vista gorda, los de la nariz respingada.  

La nariz, de frente,  se ve muy bien y yo me digo que soy muy guapo, muy apuesto, apuesto que sí, porque no suelo verme de perfil. No sé, tal vez el espejo tenga un problema porque no me puedo ver de lado en él, aún cuando he intentado ponerlo en la pared del lado para que no quede de frente, pero ni así. Tanta tecnología y aún los espejos solo nos miran de frente… por más que intento verme de perfil voy dando vueltas y vueltas como un perro que se persigue la cola y nada.

Sin embargo, hay situaciones en las que puedo verme de perfil, por ejemplo cuando me toman un foto, aunque usualmente las fotos suelen ser de frente, nos pasa con esto como con las caras de la luna. Yo solo veo una cara, pero, por ejemplo, cuando me filman y puedo verme de lado, me da un poco de pena conmigo mismo, parezco una caricatura de mí mismo, una caricatura de lo que veo en el espejo de frente.

Me parece que soy un pájaro desgarbado y ahí entiendo entonces, en los vericuetos de mi nariz el porqué de mi voz nasal,no sólo tengo una voz nasal, todo yo soy nasal, soy una persona nasal  el recorrido arduo que tiene que hacer el aire y el sonido a través del túnel de oriente de mi nariz, y además el largo camino que tiene que recorrer el aire acompañado de las notas musicales de mi voz. Si es que me ha pasado que digo cosas que no alcanzan a salir por la nariz… si es que cuando respiro, muchas veces el aire no alcanza a salir de la nariz y vuelvo y lo aspiro y termino respirando dentro de mí mismo, respirándome y oliéndome la nariz por dentro. Por eso a veces me sorprendo diciendo; hombre aquí huele como a nariz… 

Estimulado por la sociedad de consumo, porque soy un consumista, especialmente de aire (si necesitan un poco pueden salirse un rato, el de esta habitación apenas es para mí)... he caído en la tentación de hacerme una cirugía plástica. Me dio una vez por hacerme una rinoplastia. Dice Seinfeld que lo de rinoplastia es una burla cruel para los que tienen nariz grande, compararlos con un rinoceronte… 

Fui entonces donde un médico para averiguar cómo era la cosa, y me encontré en la sala de espera a otras personas de todos los tipos que iban a averiguar por una (o varias cirugías plásticas, ustedes saben el paquete…) Había gentes de toda clase con exageraciones anatómicas de todo tipo, unos por exceso y otros por defecto, aunque eso de defecto no suena bien (la nariz muy grande tampoco suena bien, o al menos no suena rápido porque el trabajo que hay que hacer es mucho). Había básicamente, personas gordas, y personas con la flaqueza mal distribuida, mujeres 60-90-60, unas quejándose por ser planas, ninguna quejándose de lo contrario, en fin, ya saben la locura que hay con las glándulas mamarias y con las sentaderas, no voy a ahondar sobre ese tema. 

La clínica era muy organizada. Siguiendo los estándares de la norma ISO no se qué  (a propósito de las normas ISO, quién las iso?) Tenían, como en las fábricas, bandas distribuidoras que dirigían a los pacientes a diferentes salas: así que había una en el que las mujeres eran todas “planas” no sé el gusto de ustedes pero a mí me hubiera gustado aprender a escribir con esas planas, porque voy a decirlo aquí, a mi me parecen muy bellas las mujeres con los pechos pequeños (también con los grandes). En esa sala había un aviso que decía, “en el fondo de cada teta chiquita hay una teta grande que puja por salir”. Era una sala muy bonica, lástima que después, al final de la banda,  muchas de ellas saldrían con esas barrocas tetas Golty, certificado  de la NBA incluido.

En otra sala estaban los y las arrugadas. Vuelvo sobre lo mismo, a mí me gustan las arrugas. Parece ser que las damas y caballeros que van allí tienen bien incorporadas las actitudes antioqueñas porque es gente que no se le arruga a nada, y que si se arruga, pues entonces bisturí. En cambio a mí me gustan las patas de gallina, especialmente en el sancocho. 

En otra sala estaban unos que, en las historias clínicas de los médicos figuraban con el nombre técnico de culisecos o culisecas, circunstancia que no veo por qué haya que cambiar porque no he experimentado sensación más desagradable que tener el culo mojado cuando uno está de pantalones: esa piquiña, ese sentimiento de abandono, ese deseo ferviente de llegar a la casa para secarse la nalga y ponerse ropa seca… vuelvo en defensa de la nalga. Sí, tal vez todos quisiéramos que las nalgas tuvieran cierta curvatura y rellenez, pero vivimos en la realidad y hay que aceptar las nalgas como son: nada más triste que una nalga con baja autoestima y nada mejor  que unas nalgas grandes o pequeñas que se sienten orgullosas de ser como son y que dicen no me importa lo que digan de mí, es más, ¡me importa un culo! Y el culo matando el ojo coqueto en señal de aprobación. También en esta sala había, no como en los talleres mecánicos, mujeres culonas publicitando llantas de camioneta, sino implantes marca Pirelli, Good Year, Yokohama, etc,. Y es que parece ser que estas empresas han visto un nicho de mercado en prótesis nalgatorias porque si bien solo son dos nalgas y los carros tienen cuatro llantas, una llanta puede valer doscientos mil pesos, en tanto que cada nalga puede valer ochocientos mil pesos, ustedes hagan la multiplicación. 

Para no hacer muy larga la cosa, había otra sala que se llamaba “varios” en donde esperaban aquellos que no se ajustaban a ninguna de las otras clasificaciones. El nombre de la sala era bastante apropiado porque al asomarse en ella uno veía que había varios. Estaban orejas, maxilares inferiores y superiores (a quienes había que someter a tratamiento psicológico también: superiores, inferiores…) manos, piernas, pies.

Y así, salas para barrigas, liposucción, llama la atención que no existe el proceso de lipoinyección, podrían hacerse interesantes transfusiones pero toda esa grasa se desperdicia, a no ser que hagan mantequilla con ella, sería una manera de diversificar el portafolio de la clínica, a la salida, unos buenos jabones, o… ya me dio asco imaginar. 

Finalmente estaba la sala de los narigones. En la sala había dos paredes con sillas, una enfrente de la otra y en las sillas sentados sendos narizones a los que les quedaba imposible leer las revistas (por la distancia). Las sillas se encontraban intercaladas, explico. Para que las narices no chocaran unas con otras formaban una especie de puente por el que el médico pasaba cantando: el tabique está quebrado, con qué lo curaremos… y uno sabía que era con bisturí, sierras, y quién sabe con qué más artículos de ferretería. Es una exageración. Quién iba a creer que las narices de los pacientes formaban un puente. Lo que formaban era una guardia de honor. Había que ver al médico cómo entraba estirando cuello, como la reina de Inglaterra con su estetoscopio, mientras los narigudos entonaban con sus narices Aída de Verdi : ta tan tata ta tá, tata ta tá… ta táa….

Al llegar a mi turno entré donde el médico quien, sin mirarme, sin olerme, me dijo: quítese la ropa. Me sorprendió un poco pero después advertí que también él estaba sin ropa. Me entró algo de desconfianza. Al preguntar por la particularidad de nuestros atuendos me preguntó si venía particular o con plan prepago. Yo le dije que particular, que si mi nariz no le parecía suficientemente particular. Ofreció excusas y dijo explicando que lo de la ropa era para un plan de pago especial que tenía la clínica para clientes prepago, podían pagar con trabajo, no sé si entiende. 

Una vez que volvimos a vestirnos (sin aceptar por supuesto el arreglo prepago), miró primero la nariz y después a mí. Me preguntó: ¿usted viene con ella? Sí doctor, desde chiquito, hemos sido inseparables. Edad? Treinta y siete. ¿Sexo? De vez en cuando ¿sexo nasal? No gracias acabé de desayunar. Después de las preguntas de rigor, sacó unos marcadores  de colores y comenzó a hacerme unos dibujos en la nariz. Pensé que se trataba de líneas guías para el diseño de olfato. Me dejé. Después se quedó contemplándome un rato con atención. 

¿Y bien doctor?, le pregunté. 
Me dijo con semblante tierno: ¡Es que se parece a Sam… 
¿A Sam? 
El tucancito de froot loops…!
Después de tomarme una foto y salir a mostrársela a las secretarias y a algunos colegas, podía oír las risas desde el consultorio regresó un poco más aplomado. Ahora sí, en serio, se compuso, y me pasó un paño húmedo para que me borrara las líneas del marcador.
Cómo quién quiere tener la nariz, Richard Geere, Kevin Costner, Nick Noltie, Alec Baldwin, George Clooney…?
Mmmm… Qué tal Richard Geere?
Sacó un catálogo de una gaveta y empezó a buscar: (actores y actrices con las letras del alfabeto) ¡Geere!. “La” Richard Geere, la tenemos en $2´500.000 antes de iva, garantía de seis meses, si no se siente conforme le devolvemos la original... 
Doctor, y no pueden facturar sin iva?... es que yo soy persona natural 
Perdóneme que se lo diga, con todo respeto, ¿pero a usted esa nariz le parece natural?
No doctor, me refiero al régimen…
Bueno, régimen si va a tener que hacer, pero de aire. Después de la cirugía ya no va a poder consumir esas cantidades exageradas. Si es que ya voy a tener que usar el oxígeno.
Me pareció demasiada costosa “La” Richard Geere
y trayendo yo la nariz?
Mhmmm…. Carraspeó el galeno. Le podría pasar lo de las pyp 
No tiene otra más favorable, no sé, Miguel Varoni, Víctor Mallarino, Manolo Cardona… Luis Alirio Calle… 
No, pues pa´ la de Luis Alirio Calle déjese la suya… pero bueno, le cotizo una nacional, digamos una de protagonistas de novela, se le puede dejar en $950.0000, si quiere, y hay material suficiente le podemos poner dos respingadas, tres tipo Michael Jackson. ¿qué dice?.
Yo digo que sale muy costoso ese proceso de latonería – ladronería. ¿no tiene un maquillaje que ayude a disimular un poco?, un juego de sombras y rubor?.

Un poco decepcionado por el fracaso en la venta, sacó el doctor de su maletín un pequeño estuche de lancome y en una actitud generosa me lo entregó, tenga que yo consigo otro… 

A la salida se encontraban los otros narigudos en la sala de espera, y al ver mi cara de decepción que interpretaron como una negativa al festival del cuchillo y la lima, entonaron la canción de los scouts (para trompeta nasal en si bemol):  “No es más que un hasta luego, no es más que un breve adiós…”

En fin, es mucho lo que podría escribir sobre mi nariz y yo, en una cruzada por la autoaceptación y para que tantas otras narices discriminadas puedan reconciliarse con sus dueños, o tantos dueños con sus narices, pero es el momento de dejar paso a otros tópicos, a otras historias, a otros aromas, a otros apéndices, porque como bien dice el dicho aire que no has de sorber déjalo correr. 

SERVICIO AL CLIENTE


Por estos días en que el tema de servicio al cliente ha cobrado tanta importancia, no se explica uno como es que el gremio de los atracadores y ladrones no ha incorporado esta filosofía. Como sabemos, este aspecto es tan importante o hasta más que el producto o servicio que se ofrece.

Creo que todos estaremos de acuerdo en que la experiencia de un atraco es más bien desagradable, y está demostrado que lo que hace negativa la experiencia no es tanto el hecho de perder algunas pertenencias, por valiosas que sean, sino la deplorable calidad del servicio.

Hay que hacer pedagogía, y esta es la propuesta que vengo a traerles. Si entre nosotros se encuentra algún atracador o ladrón, o si entre nosotros tenemos algún familiar que se dedique a este noble oficio, estamos obligados, como ciudadanos, a transmitir estas sugerencias que quiero compartirles.

El primer aspecto que hay que tener en cuenta, desde la fase de intimidación es la comunicación, para la cual se utiliza la palabra y también otro tipo de ayudas técnicas (o didácticas) que refuerzan el mensaje. Por una parte encontramos el insulto, que varía según la época y el contexto cultural. Hoy por hoy, una de las expresiones más usadas es la de una enfermedad de transmisión sexual, o la clásica alusión a la profesión de nuestra madre. En cuanto a la expresión “bajate” puede prestarse para interpretaciones ambiguas que dificultan la recepción del mensaje. Para ilustrar esto quiero contar una experiencia que tuve, una vez iba por una calle oscura y se me aproximó un ladrón que me increpó diciéndome: “bajate de reloj h…” yo, abochornado, le dije, “qué pena ¿te lo estaba pisando? Luego, la enseñanza, es utilizar una terminología que pueda ser comprensible por el cliente, no sea que, al utilizar un lenguaje confuso, la persona pueda sentirse avergonzada por no conocer su significado y tal vez no se disponga con buena actitud para llevar a cabo el proceso del atraco. Sabemos que la efectiva comunicación con el cliente es uno de los pilares fundamentales de la experiencia de servicio.

En cuanto al contexto y época habrá que decir que es necesario que el atracador esté familiarizado con diversas expresiones según el contexto socioeconómico y cultural. Ya aquel “diculpad, vuesa merced, hacédme entrega de todas vuestras posesiones” no se usa. Los tiempos cambian.

Lo que proponemos aquí es un abordaje que tenga en cuenta el bienestar del cliente. Las palabras ofensivas sobran. Por otra parte hay que tener en cuenta el estado emocional del cliente que va a ser atracado. No todos se encuentran con buena disposición. La persona puede haber tenido un mal día en el trabajo, haber peleado con la esposa, o cosas peores como por ejemplo que haya perdido su equipo de fútbol favorito.

Por eso el abordaje que sugerimos es un abordaje cortés. La cortesía nunca pasará de moda. El respeto ante todo. Qué tal si cuando vamos a atracar a alguien le decimos:

Señor, buenas noches, permítame que le ocupe (sugerimos no decir robe) unos minutos de su tiempo. ¿Cómo está? Es posible que el cliente responda con el consabido bien, o cansado, o en fin, esas respuestas automáticas que damos, o que se trate de un buen conversador que además padece una carga emocional fuerte y sienta que, entrado en confianza pueda desahogarse un poco en ese momento: hombre, las cosas no están tan bien como quisiera, sucede que encontré a mi esposa con otro hombre, o, estoy a punto de ser despedido del trabajo…

Recomendamos enfáticamente, prestar oídos sinceros a las quejas y sentimientos de la persona que va a ser atracada. Una escucha oportuna puede ganarnos la confianza del cliente y hacer de la situación del atraco una experiencia agradable que aumenta la probabilidad de conseguir un cliente VIP, un cliente frecuente. Sugerimos también al atracador, emitir una respuesta empática, del tipo, sí, la situación está difícil, o cuando se nos cierra una puerta otras se abren…

A continuación podemos proceder a identificarnos y manifestar, sin más preámbulos nuestro objetivo (no queremos cansar al cliente, hay mucha competencia): mi nombre es Richard, yo soy quien lo va a atracar esta noche… 

Vamos a proceder con calma: quiero pedirle el favor de que entregue todas sus posesiones que tengan un valor económico significativo. Sugerimos (el plural da un aire empresarial que mejora la imagen) irlo haciendo gradualmente según su grado de apego a los objetos. Podemos comenzar por el reloj, a continuación el celular, computador portátil, y por último la billetera. Descuide, puede conservar sus documentos: solamente me quedaré con la cédula, usted sabe, para ingresarlo en la base de datos. Recomendación: no olvide solicitar las claves de las tarjetas y apuntarlas (sugerimos llevar una libreta).

Es también de suma importancia hacer explícito el encuadre, a saber las reglas del encuentro para que no se preste a malos entendidos o posteriores reclamos. Hay que dejar claramente desde un principio, que en caso de que el cliente no siga la recomendación de entregar amigablemente sus pertenencias, la consecuencia será que usted, amigo atracador, se verá obligado a hacer uso de ayudas técnicas o didácticas (palo, cuchillo, revólver, chuzo… etc.). Es también importante que exprese que el uso de las ayudas técnicas no es de su preferencia pero que usted sigue firmemente el protocolo de intervención. Es importante mostrar firmeza. Un atracador inseguro puede propiciar sensaciones desagradables que no son convenientes para un futuro con el mismo cliente. 

En el proceso de recepción de los objetos, recomendamos tener en cuenta, nuevamente, el estado emocional de la persona atracada, en muchas ocasiones los objetos, además de tener un valor económico, también tienen un valor afectivo para el cliente (¡hay cada materialista!). Recomendamos hacer alusión a los objetos que la persona va entregando, al estilo de “¡Qué reloj tan bonito! ¿dónde lo compró? ¿todavía está en garantía?”, o “está muy bonito ese portátil, tiene instalado el office? ¿alguna contraseña que deba conocer? Cuando el cliente devuelve los comentarios, en el sentido de, por ejemplo, ¿Cierto que es muy bonito?, y hace recomendaciones acerca de su uso: “recuerde desconectar el equipo cuando esté cargado, usted sabe, la batería…” puede estar seguro de que la relación con su atracado podría convertirse en una bella y duradera relación de amistad.

Al despedirse, no olvide dar las buenas noches, o si usted roba de día, pues los buenos días. Recuerde la importancia del servicio post-robo: Puede llevar consigo una pequeña encuesta de satisfacción:

Señale de 1 a 5 siendo uno la menor calificación y 5 la mayor. 

La presentación personal del atracador fue….
Las ayudas pedagógicas o el material de ayuda fueron…
Fue claro en sus explicaciones/amenazas
Volvería a solicitar el servicio…

Observaciones____________________

Y sobre todo, tenga mucha fe en su servicio. Recuerde : insistir, resistir y persistir. 

MOTO


Por el tronar de la moto como una ametralladora pensaron que se trataba de un maleante. Eso, o un furibundo motociclista apasionado por el traqueteo del motor que, entre más intenso más símbolo de poder: una explosión tras otra. Los motores a combustión no son más que el estallido controlado de pequeñas bombas. Al hombre siempre le han seducido la violencia y el poder de las explosiones. Mini bombas que aceleran el cuerpo, otro signo de poder. A los maleantes les gusta el poder, o a los hambrientos de poder les gustan las motos poderosas. 

Por eso pensaron que podría tratarse de un maleante… o de un amante de las motos ruidosas.

Además de la hora, ¿Qué persona en su sano juicio anda traqueteando una moto a las tres de la mañana de un día festivo? Desecharon la hipótesis del maleante o al menos del maleante en ejercicio de su profesión porque hasta los maleantes descansan en los días de fiesta, y, sobre todo porque ¿a la hora de malear no es mejor conducir una moto silenciosa?

Lo del maleante lo creyeron por la hora. A los maleantes, al mal, les gusta la noche, la oscuridad.

Pero también podía tratarse de un amante de las motos, o simplemente de un amante, a secas, tal vez no con un moto poderosa sino con una moto descompuesta, una moto sin mofle. Porque a los amantes como a los maleantes también les gusta la noche.

Aunque no podía descartarse la posibilidad de un maleante enamorado, de un maleante enamorado de una maleanta, o simplemente de una, a secas, enamorada también del maleante, o del amante de las motos, o del amante a secas con una moto descompuesta.

El caso es que sonó un estruendo de explosiones, un traqueteo poderoso a las tres de la mañana. Los perros de las fincas tampoco dejaron de notarlo y ladraron con la urgencia debida. Para los perros cualquiera que se meta en su territorio es un maleante por más amante de la motos que sea, por más amante a secas que sea. 

El maleante, o cualquiera de los otros había peleado con su novia. De pronto, en medio de los arrumacos y de la conversación en bajo, murmullosa, apareció una contradicción. Quizá la amante -aunque era poco probable- se hubiera negado a ir más allá en la progresión de arrumacos o tal vez se negó a hacer algo el día siguiente, o tal vez trajo a colación unos viejos celos, tal vez fundados, tal vez infundados, que hicieron enojar al de la moto, al ya no tan amante porque ¿Otra vez con lo mismo? Si ya te había explicado que, y siempre lo mismo, pero hasta cuando vos con esa maldita inseguridad y ¿sabés qué? vámonos ya, yo te llevo a tu casa, mañana hablamos cuando estemos más calmados, y ella, claro, dejémoslo así, siempre lo mismo, por qué no lo hablamos hasta el final, pero él intransigente, silencioso, montate que nos vamos o me voy ¿Y es que me vas a dejar aquí a esta hora? Por eso te digo, montate.

A regañadientes se monta la amante del amante ya no a secas porque la lluvia ha empezado a caer, hijueputa ya empezó a llover y la lluvia resuelve las dudas sobre la montada, y pestañean más seguido por el agua que les cae en los párpados. Pocos orgullos no ceden a la persuasión de la lluvia y no es del caso, de todos modos son amantes, así sea de las motos. 

A la primera patada la moto brama, traquetea más nítida que nunca acompañada por el silencio y más se hace sentir el poder y sobre todo que con más saña, con más corazón herido el de la moto acelera, que grite la moto lo que él no, que se ensordezca la fulana que muy a pesar tiene que abrazarlo para mantenerse adherida a la moto que a toda velocidad va dejando a su paso un reguero de ladridos de perro y de corazones de ex-durmientes en sobresalto.

DIVAGACIONES DE SALA DE ESPERA


Cuesta trabajo creer que esta gente tan bonita esté enferma! Q : Quirófanos. Una sala de espera de lo más elegante. Todos los muebles nuevos, flamantes sillones de cuero, me los sueño para la casa. Un diseño acabado de sacar de la fábrica. Dos grandes televisores de plasma, un pequeño oratorio para oradores con estilo. De todas formas huele un poco sospechoso encontrar un oratorio en una "empresa" que se llama Quirófanos. Supongo que habrá quirófanos. Supongo también, lo sé, que aquí viene gente a hacerse exámenes previos a quien sabe qué cirugías. Por la gente que entra, gente con clase, no podría uno imaginar que están enfermos. Es como si la elegancia de la sala y de los servicios estuviera disociada de lo que va a hacerse allí. Por ejemplo, entra una mujer que tendrá unos veintiocho, treinta años. Bonita. Bueno, la ropa hace maravillas sobre un rostro y un cuerpo relativamente armoniosos, una especie de comodín. Tacones altos, lycra, camiseta blanca, sacada de una revista de Arkitect, una chica "exito". Nada en contra, todo lo contrario, una mujer bonita que bien podría salir en una revista. Bien podría no salir también en una revista. Hay lugares en la ciudad en la que la mayoría de las mujeres parecen sacadas de una revista. Lleva una estola en el cuello. Aretes Grandes, brillantes y bamboleantes… Rubia, un poco rubia. Ahora es difícil saber el color natural del pelo de una mujer. Parece que hubiera salido de un almacén con la ropa nueva después de una escena de esas de las películas gringas en las que el personaje se cambia una y otra vez de atuendo. 

Aire acondicionado. Le da una atmósfera de impecabilidad, de esterilidad, no es para menos, se trata de una empresa de quirófanos. Es difícil imaginarse las mujeres bonitas que desfilan con los procedimientos que van a realizarles. Pasa otra, delgada, sobriamente vestida, también rubia, ¿una visitadora médica? ¿o simplemente otra enferma elegante? Interesante también el contraste entre la elegancia y sus padecimientos ¿Qué le duele a la mujer del sofá que "chatea" sonriente por su teléfono, una pelada de unos veinticinco años? ¿Qué le duele a las señoras que parlotean a mi espalda con acentos de otra parte, no de muy lejos, costeños, que en mi imaginación a veces se oyen como portugueses? Son, pienso, turistas adineradas del Brasil que han venido a hacer turismo quirúrgico. En todos los países donde hay personas pobres hay personas adineradas. 

Un cólico en el intestino, un dolor en el hígado, piedras en el riñón, no sé mucho de enfermedades. Enfermedades que generan olores nauseabundos, infecciones internas, una especie de putrefacción, de pudrición, enfermedades que hacen salir cosas miedosas en las "deposiciones"… y después van a un no menos lujoso consultorio, puede suponerse por el ostentoso diseño de la sala de espera, a desnudarse, a quitarse sus flamantes vestidos de arkitect o de marcas mejores, arkitect es del éxito… ropas de marca… a exhibir sus imposibles abdominales, los abdominales que no parecen de arkitect y que arkitect ha logrado disimular, sus estrías… a tener que hablar, haciendo a un lado cualquier pudor, sobre dolores ominosos, comportamientos excretorios, miserias humanas…. 

Uno no diría que esta gente está enferma, uno no diría que esta gente va a ser sometida a una cirugía en la que manará sangre a borbotones –para cualquiera que no sea cirujano cualquier sangre mana a borbotones– y que estarán como zombies intoxicadas por la anestesia, ya no dueñas de sí, como un trapo humano, idiotizados por los químicos que ha permitido abrirles cualquier parte del cuerpo…. Y el olor de las entrañas expuestas a la atmósfera… (Nunca asistiría a una cirugía pero puedo imaginar por lo que he visto que no debe oler nada bien…)

O tal vez se trata de cirugías "estéticas"…. quién sabe, la mujer bonita que quiere hacerse más bonita porque el cirujano sabe cómo, porque la televisión sabe como, porque las divas saben como… Pero esa ya es otra historia. 

EL HOMBRE Y LA MUJER EN EL BAR


El hombre está en el bar; un bar como cualquier otro: luces oscuras, barra, un nefando televisor ¿Desde cuándo los televisores en el bar? ¿No se supone que la gente va a los bares para no ver televisión, que se para del sillón un poco harta y dice, ¡bah! ¡vamos al bar! y siente que está haciendo algo en pos de la diversión y de la salud, –de la salud mental, se entiende–? En fin, de todas formas el tipo está en el bar; es un tímido de gama media. No un tímido del todo pero tampoco el hombre arrojado y arriesgado de sus fantasías (que tampoco son sus fantasías sino las que cosecha en el mercado de la tele, las genéricas por decirlo así): el tipo que se lleva tipas a la cama después de hacerles una sugerencia, preguntarles un par de bobadas, obediente a los consejos de la tele o de yahoo noticias: dejar que la mujer hable sobre sus cosas, ponerle o fingir que se le pone atención para después, según la franja televisiva, despertarse en la escena con la mujer tapada con la sábana hasta el cuello, él en calzoncillos bóxers de tela y equilibradamente despeinado por el equipo de maquillaje…

Más precisamente el tipo está en la barra del bar. Se hace una pregunta estúpida sobre la etimología de la barra: bar…barra… se siente un Caro y Cuervo, tal vez más Cuervo que Caro, o tal vez un Nietzsche filólogo, se mira en el espejo que hay en la barra –porque hay un espejo– y se queda un rato pegado como un mosco, un poco extrañado, sorprendido, o hipnotizado por su imagen, que de todas formas nunca deja de ser un misterio, una especie de ficción monsieur Lacan… Se aburre. Un aburrido también de gama media: no está tan aburrido para devolverse al sillón del televisor de su casa pero tampoco tan entretenido como para no estar pensando en que está aburrido.  A ratos se entretiene con una canción que conoce –han puesto solamente una– porque es martes de música desconocida. Había llenado una encuesta del bar por internet en la que le consultaban por sus preferencias musicales y habían diseñado, a la carta, un programa especial que no contenía ninguna de las canciones de su lista: música para echar a Alfredo, habrían podido poner en el volante de la programación… Intenta parecer entretenido, pero no se convence a sí mismo. Sigue de vez en cuando la batería, oye alguna cosa por ahí, una guitarra que lo sorprende como esos sonidos que uno duda si son de la música o es el timbre de un celular. La aburrición persiste, parece que tampoco se sabe las canciones.

De pronto, como todos los de prontos, aparece una "chica" que se sienta dos puestos más lejos y el hombre se pregunta qué hacer; un impulso en su interior, tal vez un personaje interiorizado de Karate Kid, le dice que debe hablarle y, como en Karate Kid, entra en conflicto. Sabe que debe hacer algo, que debe abandonar su dolorosa zona de confort:

–¿Querés hablar un ratico?… –No, responde la "chica", en cinco minutos me recogen… Parece disculparse pero sin mucho tino; no es una disculpa muy convincente pero es verosímil. A lo mejor han coincidido su desinterés con su recogida. Tal vez es también una tímida de gama media. El caso es que sale a los cinco minutos; no se ve nadie que la recoja, pero sigue siendo probable ¿Por qué mentir?, aunque… ¿Por qué no mentir? ¿No es la mentira acaso una de las formas fundamentales de la cortesía?, porque pudo haber dicho, también, inspirada por Karate Kid, ¿Por qué no te vas al demonio? Se va. Se fue. Del todo. Tal vez nunca volverá; tal vez la "chica" era solo un producto de su imaginación combustionada por el whisky genérico, por la cerveza mexicana. Otro cuento si fuera mexicano; hubiera sido más agresivo: "No aceptaré un no como respuesta" y después haría un disparo al aire con su Winchester, intoxicación estereotípica. Ya. Se fue. 

Pero ahí no acaba la función… pasa otra "chica" pero no se sienta en la barra. Sus conocimientos sobre física newtoniana le han ayudado a predecir la trayectoria de la chica: velocidad inicial, cómo se llama esa cosa… inercia… va para el baño. Ha acertado. La chica iba para el baño. Lo de la chica número uno era, piensa para sí, calentamiento. Ahora ha tendido un puente de contacto Marte-Martes-Venus. Está listo, apura otro trago de cerveza, espera. Espera. Espera; espera, espera-esperaesperaespera. Decide medir el tiempo con tragos de cerveza: dos, tres, cuatro… Fantasea con los homúnculos de Bukowsky teniendo escarceos y ajetreos en la barra. Tamborilea con los dedos. Espera.

La mujer nunca sale del baño.

LA AUDIENCIA DE TRÁNSITO


No fue como en las películas de Hollywood. No había un estrado elevado a varios metros del piso, ni había un juez con toga y martillo; tampoco había un escribano tomando atenta nota de lo que se hablaba, ni un dibujante haciendo lo suyo con lo que se veía, ni jurados, familiares, cámaras de televisión, o multitudes apostadas a la salida siguiendo las incidencias del proceso, gritando a favor o en contra de las partes.

Había una sala de espera como la de cualquier oficina pública o privada: un par de filas de sillas pegadas y recostadas contra la pared y una puerta como cualquier puerta de oficina. Para nada se trataba de esas grandes edificaciones de columnas altas y anchas como las que derribó Sansón en su época. Nada de capitolio, nada de mármol, nada de elegantes pasillos en donde los abogados se encuentran para sostener corteses amenazas, nada de portafolios brillantes de cuero.

Salió la auxiliar, una mujer como cualquier otra mujer, con nombre colombiano que ya no recuerdo. No se presentó. Supuse que era para no afectar el proceso con intimidades innecesarias -seguro había más audiencias en fila-. Tampoco puedo decir que fue descortés. Supongo que el audiente debe ser, o al menos parecer, lo más imparcial posible. Yo iba acompañado de mi flamante abogado, Juan David, nada de Mason, Mcbeal, Stone o Stark. Juan David no llevaba un portafolio con pruebas o con hojas en blanco que esgrimiría como pruebas para manipular psicológicamente a los jurados (elegidos, por supuesto, previamente por los respectivos bufetes de las partes). A cambio de eso llevaba tres hojas sujetas con un clip en la que estaba el mapa de la "colisión", la citación para la audiencia y tal vez, la lista del mercado. Eso sí, digitaba a cada rato su blackberry, quizá como parte del trabajo, quizá como entretención mientras yo hablaba y contaba "los hechos".

Antes de entrar me tranquilizó advirtiéndome más o menos lo que me iban a preguntar: la narración de los hechos según mi perspectiva y por qué creía yo que el motociclista había tenido la culpa. Respondí, como ensayo, a estas preguntas. Después editamos la versión con datos que yo había obviado en mi corto relato, a saber, las precauciones que había tomado para hacer el giro a la izquierda que terminó con el choque (perdón, con la colisión). Le dije que era la primera vez que me pasaba y que no había podido dormir angustiado por pesadillas en las que se presentaban fieros altercados entre los abogados y sus representados, interrumpidos de vez en cuando por el contundente martillazo del juez en el estrado de caoba: ¡Orden en la sala! ¡Orden en la sala! !Espero, señor abogado, que este tipo de exabruptos no se vuelvan a presentar en mi corte o de lo contrario me veré forzado a sancionarlo por desacato!; ¡Señor abogado! !Controle por favor a su defendido!… ¡Señor juez!, gritaba en mi pesadilla el abogado de la contraparte: ¡Protesto, la vida marital de mi cliente no viene a caso! !No a lugar!, continúe con el interrogatorio señor abogado…

Una vez en el cubículo -nada de estrado, nada de contraparte, solo mi abogado y yo-, comenzó la audiencia. Todo se desarrolló como lo había predicho mi defensor-asesor: Narración breve de los hechos y preguntas sobre el incidente. ¿Qué precauciones tomó para hacer el giro? -Miré hacia adelante, miré hacia atrás, puse la direccional… -y algunos detalles dramáticos-: El cielo estaba oscuro, parecía petróleo… También algunas observaciones condenatorias hacia la contraparte: venía a alta velocidad…  -¿Cómo sabe qué venía a alta velocidad si dijo que no lo vio?. Por el trayecto que se desplazó después de la colisión su señoría (traducción: porque rodó varios metros y para eso tenía que venir muy rápido…)… Preguntas van y respuestas vienen entre el Preguntado y la auxiliar… Finalmente: ¿Se declara responsable? (Contundente, con golpe en el escritorio): ¡No, su señoría!…

Fin de la audiencia. 
-¿Y ahora qué sigue? -pregunté por lo bajo a mi abogado. 
-Nada, ya se puede ir… 
-¿Y no vamos a contrastar las versiones, la confrontación cara a cara entre la parte y la contraparte? 
-No, en este tránsito es así… 
¡Qué descanso!… pensé que nos íbamos a ensarzar en las discusiones airadas de mis pesadillas de la noche anterior…

Sin embargo, según me explicó mi Mason asignado por la aseguradora, el abogado tiene acceso a los expedientes y puede presenciar la audiencia de la contraparte. ¡Fantástico! solo restaba firmar la declaración y llenar la encuesta de satisfacción del abogado. Todo excelente. Las preguntas eran del tipo: Superó las expectativas, estuvo de acuerdo con sus expectativas, no llenó las expectativas… Difíciles preguntas para un libra: No tenía expectativas con respecto a las acciones del abogado, a no ser por el magnífico derroche de careo socrático en el estrado.

El fallo es el 19 de abril… dijo la auxiliar. 
-¿Puedo hacer una pregunta?, -replique. 
-A lugar…
-¿Cómo se llama usted? 
No lo recuerdo, un nombre bonito, y al decirlo sonrió. Un milisegundo. Suficiente para mí.

Después, a la salida, dejando a mi abogado con la auxiliar y la contraparte, me decepcionó no haber sido escoltado para poder caminar entre la multitud, insultado por unos y apoyado por otros que seguían con pasión el caso Franco vs Trujillo. Después de pagar el parqueadero solo venía a mi mente la frase final del La Ley de los Ángeles: ¡Se hará justicia!.