jueves, 18 de abril de 2013


-Oye, -le dijo halándole la manga de la camiseta- Te has parado en mi ego…

-Qué pena, no lo había visto

¿Cómo?, se preguntó, ¿es que no era lo suficientemente grande para verlo?

-Es que es muy grande…

-Ah… No fue mi intención.

-Realmente no es gran cosa, pero el asunto es que se demora mucho para curarse. La otra vez se demoró como un mes. Algunas veces ha durado años… 

-Ah, ¿Y no ha buscado de pronto uno más chiquito?

-Eso me han dicho varias veces, lo que pasa es que me gusta así grande, para poderlo mostrar. Viera usted, ya lo he llevado a varias exposiciones y me siento muy orgulloso de él. El problema es que entre más grande más frágil… ¡Y duele!, y tampoco puede uno deshacerse de él a la fuerza porque es peor. Más lucha por conservar su lugar. En el fondo, aunque es muy grande es como un niño. Lo único que necesita es que le soben la cabeza cuando se raspa las rodillas o se cae del triciclo. A veces hasta me río de él, es mi compañero desde hace muchos años. Debo tenerle paciencia. 

martes, 16 de abril de 2013

LA SELVA DE BALDOSA

La mujer pequeña, morena, vestida de leopardo, con tacones altos y plataforma. No sabía que existía esa combinación. Pensé que con los tacones era suficiente. Pero además tienen plataformas… bueno, pensé que la mujer tal vez, sin los tacones de plataforma sería muy bajita, tal vez no alcanzaría la altura de la taquilla del banco en el que estábamos haciendo la fila. Contemplo la falsa piel de leopardo, también la verdadera de la mujer. Medito. Viene a mi mente el hombre primitivo, el hombre de las cavernas que se vestía con pieles de animales. Pienso en la transferencia de poder del vestido. Ponerse una piel de leopardo podría significar muchas cosas: en principio, un signo de la habilidad para atrapar un animal de estos sin ser antes devorado. Un trofeo de caza. Un símbolo de la superioridad –al menos en una ocasión– del homo sapiens sobre la panthera pardus. El hombre que se ponía la piel gozaba de respeto. La mujer que se la ponía era la mujer del hombre que merecía respeto. Seguramente no era lo mismo ponerse una piel de mamut que una de leopardo o de mono o de bisonte… El traje del animal transmite las propiedades del animal. Y allí vemos, muchos siglos después –hace 4 millones de años que el homo erectus medra en estas tierras– a una señora haciendo fila en un banco que utiliza lo último en tecnología. Me doy cuenta de que la supuesta piel de leopardo es realmente una tela de algodón estampado –a la mujer le parece extraño que un desconocido toque su vestido para comprobar el material del que está hecho. 

Miro a los demás hombres de la fila para ver quién contempla a la leoparda: Hay bastantes, unos cuatro o cinco pero solamente dos, los especímenes más viejos, la contemplaban con una relativa atención. Es lógico, ellos están más cerca de la época en que se ponían los trajes originales de leopardo, aunque más lejos de la época de cazar leopardas en las filas de los bancos. 

La mujer transmite de manera inconsciente un mensaje felino: !No te acerques! o, acércate, pero debes saber que soy salvaje y puedo matarte. La fila avanza. La mujer llega a su puesto en la ventanilla blindada. Saca de su cartera, esta no de leopardo ni de culebra ni de animal, una tarjeta de plástico que pasa por un dispositivo lector. La cajera le entrega un fajo de billetes. La mujer mira disimuladamente a los lados mientras guarda su dinero en el bolso de piel lisa. Da las gracias a la cajera. Solo un observador entrenado, un etólogo como yo, puede darse cuenta del imperceptible gesto de temor de la cajera que le responde un “con mucho gusto” mientras se quita una pelusa de su camisa estampada de piel de zebra.


LOS BAÑOS


Que no les funciona el trinquete y uno está a la espera de que le abran. Trata de detener la puerta con una mano pero queda lejos, trata con el pie pero la posición resultante impide acometer la tarea. Aunque hoy he pensado algo diferente. Estar preparado para la apertura, recibir al huésped sorpresivo: ¡Hola!, con alegría, con un gesto amigable. Total ¿no es algo que todos hacemos? así nos veamos un poco estúpidos con los pantalones abajo, no como para una revista de moda. Aunque podría ponerse de moda siempre y cuando un personaje famoso, una Britney Spears digamos, se fotografíe para la portada de una revista en esa posición, coqueta, mientras tiene los calzones de Gucci abajo, sonriendo y haciendo un gesto de picardía. Entonces todos tomándose la misma foto para el Facebook.

La musicoterapia, ciencia joven o no tan joven porque todo lo joven resulta al fin milenario, ha descubierto que hay cierto tipo de música que ayuda a diferentes males o padecimientos. Se ha descubierto que la tocatta y fuga y algunas sinfonías de Vivaldi son buenas para la digestión. Para acelerar lo que –hemos aprendido en los comerciales de yogourt y en los de cereales– se llama tránsito lento. Así, existe un nuevo servicio, una nueva opción laboral en los baños públicos: el cantador de la digestión. Se trata de un hombre o una mujer –según se trate del baño de los unos o de las otras– que entona las arias correspondientes para un proceso eficaz: “El vals de la expulsión”, “Despedida”, “Que la fuerza te acompañe” (adaptación de la guerra de las galaxias), entre otras. Los clientes, agradecidos, dejan caer algunas monedas en un recogedor de basura que el armónico catalizador de la expulsión asoma en el espacio que deja la puerta con el piso, ese mismo que deja ver los pantalones caídos del cliente. Algunos clientes, incluso, llegan a aplaudir, no se sabe si por la interpretación musical, por una victoria más del hombre sobre el estreñimiento o por la situación general, toda vez que, como se sabe, el todo es más que la suma de las partes.