Es un regalo cuando, de tantas
formas posibles, la vida se presenta en palabras escritas. Uno siente cómo algo
que estaba quieto adentro empieza a moverse, a relajarse; es la vida que estaba
embolatada, escondida, oprimida, agazapada por allá en un misterioso lugar en
la espalda.
Vi cosas interesantes hoy, por
ejemplo las cuchibarbies con sus labios y sus nalgas prominentes y su pelo
amarillo. Caminaban juntas y eran parecidas –a lo mejor eran hermanas–
embutidas en sus “vaqueros”. Se veían bien las cuchibarbies.
También vi un muchacho ejecutivo
con un saco azul claro que llevaba en la oreja un audífono rectangular de
teléfono, un bluetooth. Caminaba con
una mujer, caminaban rápido, y sus gestos eran vigorosos, ágiles, seguros y
elegantes.
Derrochaba vida el ejecutivo del
saco azul y el bluetooth, yo era muy
consciente, yo veía bien la vida porque estaba bastante muerto, casi muerto del
todo.
…
El empleado del café preguntó:
–¿Jesús?
Y yo dije que no con la cabeza.
Llegó otro señor.
–¿Jesús?...
Y Jesús dijo que sí, que era él y
fue muy bonito verlo porque Jesús tiene más de sesenta años y fenotipo costeño:
cegatón, con gafas y cara de tortuga vieja.
Jesús sonrió exhibiendo una
moneda de $20 y dijo que creyó que era de $100. Jesús sonríe por una diferencia
de $80, Jesús goza barato.
También vi una niña de más o
menos ocho años que iba de la mano de una señora mayor que podría ser su madre
o su abuela; la niña era más alta que la madre o la abuela y se veía como que
no se sabía quién llevaba a quién. La niña era flaquita y la abuela era
redondita y las dos eran de gafas.
La fila del café crecía pegada de
la barra y llegó un señor que no se hizo en la cola sino de una vez en la
registradora. Una señora blanca de cara redonda y llena le dijo “Señor la fila
va por allá” y le señaló la cola.
El señor no se movió de
inmediato. Se quedó donde estaba –a lo mejor defendía su ego–, y después empezó
a dudar: miraba la caja y miraba la fila. Después de hacer lo que pareció un
cálculo mental se fue y yo entendí al señor porque también he estado en esa
situación.
En la barra del café había
esperando dos señores, uno con cara de lugareño y otro con cara de japonés y
era curioso ver al que tenía cara de japonés hablando en perfecto paisa y
haciendo gestos de paisa.
Con el japonés y el otro señor se
cruzó una mujer bonita que se sonrió porque necesitaba unos palillos para
mezclar y yo pensé que la belleza y la risa hacen que la máquina oxidada de la
vida se vuelva a mover.