domingo, 25 de septiembre de 2016

EN EL SUPER

En el supermercado, los estantes repletos de ataúdes, la diosa de la muerte empuja el  carrito de la compra. Su pequeño hijo de veinte siglos le hala las faldas, primero pidiendo, después suplicando:  

–¡Quiero un muerto mamá! ¡Quiero un muerto!... “el de la caja café con ventanita de vidrio”, mamá…

La mamá diosa no se lo compra. El niño dios de la muerte grita a todo pulmón con mocos y lágrimas  ¡yo quiero! ¡yo quiero! ¡yo quiero!…

Poco a poco irá aprendiendo que cada día lleva su afán y cada noche su parsimonia; que no se pueden tener todos los muertos en un día porque podrían indigestarnos, embotar nuestro deseo, y con el tiempo, hacernos incapaces de valorarlos.

LA SELVA MALL

La señora treintaycincoañera picoteaa el chat con su dedo índice. Un gallinazo, cóndor citadino y genérico, vuela suavemente por la ventana mientras en la fila del café restalla, desde un bolso de cuero, el cascabel de una serpiente. Una pareja homínida mira vitrinas en busca de objetos que sirvan a su cueva cúbica, igual que hace miles de años, en el plecioceno, buscaban bayas, palos, pieles que pudieran servir.

La selva respira todavía en los estampados tigrescos de la señora volumniosa. La selva sigue viviendo en la paciente hembra que espera a su cría mientras aprende el indispensable arte de abrir empaques de cartón.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

ZZZZZZ

Cerebráculo dormebundo que se vino a despertar a las cinco de la tarde. Cerebrículo de vacaciones, cesante; qué injusto cerebro musical: do–re–mi–do, pariendo zetas todo el día.

Quiere soñar mi cerebro –¡con esa hambre de almohada que tiene! –... y yo, verdugo, no lo dejo. 

Cabecea, cerebrea, y yo lo obligo a ver estas cosas de piedra, a oler este polvillo de cemento, efluvio de zorrillos de concreto.

Él queriendo a Bethoven vivo y yo dándole tractores, sopa de máquina a la gasolina, silbidos de obrero arreando mulas de acero revenido, gemidos de retro jugando con su comida de tierra –como prohíben las madres– sin comerla, y luego los pedruscos que caen ¡pobre cerebro! a punta de cincel.

Se va a ir de vacaciones mi cerebro, se va a ir, por la noche, para la costa de la almohada y, como Alfonsina, se va a meter al sueño hasta ahogarse de luces, de recuerdos deformados, de jeroglíficas imágenes, de promiscuos personajes.

Nunca había tenido tanto sueño tanto tiempo seguido. Qué horrorosa cuerda floja de un malabarista que queriendo caer no puede o no lo dejan.