viernes, 24 de enero de 2014

Cosechando guitarras...

jueves, 23 de enero de 2014

EL VECINO NUEVO

Al barrio llega un nuevo vecino. Es silencioso. Nunca se le oye música ni conversaciones, ni cacharros chocando en la cocina ni vaciar el retrete, nada. No hace ningún ruido. Los vecinos empiezan a preocuparse; no porque crean que está muerto o algo por el estilo. Ven que sale por las mañanas y entra por las tardes. Cuando se lo encuentran él hace una pequeña genuflexión, dobla un poco la cabeza hacia abajo. Parece amable.

Después empieza a causar fastidio entre sus vecinos. Es el único del barrio que no pone el equipo de sonido a todo volumen. No discute airadamente con su esposa y/o hijos, nada.

Cuando los vecinos hacen sus fiestas con vallenatos a todo volumen a altas horas de la noche, encuentran que el vecino no hace ningún ruido, ni siquiera va a quejarse aunque a veces le suben un poco más el volumen para provocarlo, para generar en él algún sonido. Preocupados, llaman a la policía. Les perturba el silencio del vecino. A la policía le parece sospechoso. Llegan en su patrulla que ulula a todo decibel. Tocan a la puerta del vecino. Este abre la puerta. El policía con la libreta en la mano le espeta el protocolo. El tipo escucha y asiente. A la pregunta sobre si es mudo responde negando con la cabeza. El policía le advierte ‒levantando el dedo índice‒ que en lo sucesivo haga más bulla, usted sabe, el bien común por encima del bien individual…

El vecino no hace caso de la advertencia y se enterquece en su silencio. Pero las cosas empeoran. Ahora su silencio empieza a ser contagioso. La señora que se queda en la casa todo el día de pronto le baja un poco el volumen a Cristal Estéreo. A la semana ha dejado de oírla por completo. El televisor sigue el mismo comportamiento. Solo se admite la vibración de la nevera. El marido de la señora también empieza a ser más silencioso. Al principio habla más bajo, solo lo necesario. Después la casa vecina empieza a hacerse tan sospechosa como la casa del vecino silencioso. Los demás vecinos empiezan a rumorear pero, cosa curiosa, empiezan a rumorear en un tono más bajo del habitual. Siguen rumoreando para no perder la costumbre y se empeñan, cada vez más a su pesar a subir el volumen de radios y televisores. Pero esto solo dura un par de semanas. Radios, televisores y megáfonos se van silenciando paulatinamente. Inclusive, cosa que llama la atención de los medios de comunicación (que ninguno de los vecinos utiliza a no ser por la prensa cuyas páginas pasan con el mayor sigilo posible) los automóviles, camiones y motocicletas que pasan por los dominios del barrio se silencian. Los conductores y pasajeros apagan motores y empujan los vehículos a lo largo de la cuadra que ocupa la manzana.  Los únicos que hacen caso omiso de la peste silenciosa, son los pájaros que en cambio cantan a todo pulmón, parece que compensan el ruido de otros lugares, parece que ya no cantan sino en el par de manzanas.

Después son tres manzanas las que sucumben al silencio. Nadie llama a la policía. Los teléfonos se han convertido en un adorno interesante, en una especie de nostalgia inconsciente.

Pasados dos meses el vecino se va de la casa, la devuelve a la inmobiliaria. Sin que él lo sepa, todos se reúnen y hacen una fiesta de despedida a la que no lo invitan. Hacen un baile. Los pájaros se encargan de la música.