sábado, 15 de octubre de 2022

Ascensor

 Lo cogí, por equivocación, subiendo. Una rubia bonita lo abordó en el piso 17. En el dieciséis, dos señores, uno gordo y bajito y otro flaco y canoso que llevaba una escalera.


En el piso dieciséis, en el quince, en el catorce subieron nuevos pasajeros. El ascensor estaba al límite de su capacidad. En el trece, con la última tanda, no tuve más remedio que hacerlo. Dos lustros costumbre  (cien años hace que se instaló el primer ascensor en Medellín) me obligaban a decir: "El lechero". 

Alguien tiene que decirlo siempre: "El lechero". Significa que, como el carro de la leche que paraba de casa en casa, el ascensor lo hace de piso en piso. Finalmente, para completar el ritual, los demás deben celebrar el símil, si no con una risa, al menos, con una sonrisa.

Al señor de la escalera le hizo más gracia de lo acostumbrado. Reía gozoso, como si fuera la primera vez que oía el viejo chiste. Tal vez acostumbraba más la escalera que el ascensor. 

De ahí en adelante la gente de todos los pisos, o Dios, o el universo o el azar, que a lo mejor son la misma cosa, determinaron que el ascensor siguiera parando en cada piso para risa general de los pasajeros y perplejidad de los esperantes que eran recibidos por gente que reía cuando se abrian las puertas.

La rubia, con sorpresivo acento gringo comentó que en Miami vivió en un edificio de cincuenta pisos, en el que había cuatro apartamentos por ascensor. Decía "uff" y "oh mi god", y todo el ascensor oyó la historia que se prólongó hasta el primer piso. El gordo bajito le dijo "gracias".  

Alguien hizo otro comentario y yo aproveché para decir, cuando llegué al sótano, "y yo que lo cogí desde el décimo y me tocó subir". Recibí risas de los pasajeros que habían vivido todo el periplo y me baje riendo, pensando como buen nativo que estas cosas solo pasan en Medellín.





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comente, o es usted poco comentarista?