–Y qué le sucede, cuénteme…
–Bueno doctor, lo primero es que
vengo estreñida hace mucho tiempo…
–¿En qué trabaja usted?
–En un parque. Ese es el
problema: intento cagar en el atrio de la iglesia y no lo logro…
–Será la alimentación.
–No creo. Maíz, pedazos de pastel
de la panadería, la dieta es la misma… A veces me sale algo, pero de una
consistencia tan sólida que no se adhiere a las camisas de la gente, a los
carros, al parque… usted sabe, la idea es que se adhiera, no que rebote. Ya las
compañeras me están empezando a mirar feo, a gorjear feo, por eso decidí buscar
otro trabajo.
–Ajá.
–Conseguí un trabajo adicional
con un mago y ese es el otro problema. Cuando me tengo que meter en el
sombrero. De meterme, me meto, pero me empieza una angustia tenaz, como una
agorafobia, una claustrofobia un sombrerofobia…
–¿Pero siempre está metida en el
sombrero, o en dónde más se tiene que meter?
–Doctor, eso son secretos de
magia ¡no pretenderá usted que se los revele! ¡el show se echaría a perder!
–Si no me dice no veo como pueda
ayudarle.
–Está bien. En el bolsillo del
mago.
–¿En algún otro lugar?
–El mago tiene una especie de
sala de espera detrás del escenario. Me siento ahí y de pronto estoy en el
sombrero; no sé cómo llego, solo aparezco, y ahí es donde empiezo a experiementar
esa ansiedad, esa idea de que me voy a morir; me empiezo a ahogar, a
hiperventilar, ¡un verdadero infierno!… Hasta que por fin me saca del sombrero. Después, cuando
los aplausos, me asusto y salgo volando. Afortunadamente se puede salir volando
porque hay otros actos en los que dejan la paloma encima de una mesa hasta que
la asistente viene y se las lleva, hay variaciones sobre el tema.
–Y por qué continúa en ese
trabajo.
–Con lo del parque no me alcanza. Además, desde la última visita que la Sociedad Protectora de Animales le hizo al mago la comida mejoró notablemente. Para evitar maltrato a los
animales, usted sabe. Pero no es suficiente. Tengo que combinar lo del parque
con lo de la magia.
–¿Ha intentado hablar con el mago?
–Muchas veces.
–¿Y?
–No me entiende… me canso de
arrullar y él parece entender que quiero algo pero no logra decifrarlo. Si
todas las personas fueran como usted doctor...
–«Ajá, transferencia» Continúe…
–Vivo con miedo del
día siguiente. Para evitarlo, algún día falté al trabajo, pero no me puedo dar ese lujo. La competencia es alta, no soy
la única paloma, y también están los conejos, mucho más acostumbrados a
vivir en madrigueras oscuras... Y está ese conejo que intenta seducirme… ¡Horrible!…
–A lo mejor esa sea la causa de
su fobia; no tanto el encierro sino la posibilidad de que el conejo la seduzca o... quizá se siente algo atraída…
–La verdad sí, pero eso no puede
ser; las relaciones interespecíficas son absolutamente rechazadas en mi familia.
–Jmmmm. Después examinamos eso,
que Roma no se hizo en un día. Vamos a intentar una terapia de desensibilización.
Venga a ver. No tengo un sombrero pero métase en esta cachucha…
–A ver… No me atrevo, doctor…
–Venga le ayudo.
–¡Así no, doctor! me lastima la
pata; me hice un esguince intentando escapar de un niño que me persigue en el
parque.
–¿Así?
–Bueno.
–Cálmese, comparado con la mujer a la que parten en dos esto no es nada…
–Bueno, ya me siento un poco más
tranquila. Pero no me quite su mano de encima, me hace sentir segura, como mamá
cuando me metía debajo de su ala…
–¿Ala?…
–¿Es usted bogotano doctor?
–Quiero decir, se sentía segura
cuando su mamá la metía debajo de ala…
–Sí, su ala era calientica,
segura.
–Bueno, voy a empezar a retirar
la mano… ¿cómo se siente?…
–Tengo un poco de miedo pero creo
que puedo manejarlo…
–¡Vea! Ya retiré la mano. Ahora
voy a apagar la luz.
–¡No! ¡La luz no, doctor!...
–Tranquila. Imagine un ala
grande, siéntase confortada… ahora voy a salir de la habitación.
…
–¿Y bien?
–¡Doctor! ¡Creo que estoy curada!...
–¿Ya no tiene miedo?
–No. Me cagué en la cachucha.
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